jueves, 22 de octubre de 2009

Octubre

He ahí el monstruo. Una piedra desmoronada. Una cucharada de sal. La herida más herida, hiriéndose. La muerte vestida de espina. El dardo colgado del pecho. La luz como sedante abúlico de una noche eterna. He ahí que el espejo devuelve la marea. Que la imagen es una fachada bombardeada. Que el reflejo es la burda confección de un títere. Que el destino no es futuro, ni el futuro esperanza. He ahí las lágrimas rebotando entre sillas, entre espacios vacíos, entre piezas de una geografía inconexa. Por eso no son–río por eso son espadas. Y entre tanto uno se lanza a naufragar ahí donde la noche es más negra; donde la noche se mancha de oscuridad; donde las sombras percuden la ausencia absoluta de sentido; donde el corazón aguarda la quietud; donde el pulso es un insecto aturdido; donde las aguas se queman; donde el aliento arde; donde los signos vuelan en círculos; donde le humo prueba su fe, en su desaparición invisible.

1 comentario:

Adrián Naranjo dijo...

Las nieblas.
Conozco algo del territorio.
Buenísimo petiforro.