viernes, 30 de septiembre de 2011

Ciudad de las penurias I


Quizá sé llegar a donde no me esperan. Un piso y lo que prolonga: las memorias del asfalto, las aves caídas, los bosques talados y los barcos hundidos que como pesadillas trepaban el muro de tus días. Oblicuos, sedientos, corren los designios. Un segundo es un aroma de crema en mis dedos. Otro más viene del café –que de seguro despertó un milenio antes que nosotros. Hay manzanas en el refrigerador y un libro de Andrzejewski sobre la mesa. Tus cigarros aman mi boca. El humo da saltos en mis labios. Quedan cuatro. Queda Arvo Pärt. Queda esta isla color uva, su juego de ruidos tras la ventana. Quedo yo en la silla de al lado, digno náufrago.
Encuentro todo esto familiar ¿será el contrabajo, el caballete con tu autorretrato detenido desde la última vez, el gato que domina el paisaje?
Intentaré definirlo toda vez que pruebe el siguiente café.
Con tu permiso. Estoy en casa.  

jueves, 29 de septiembre de 2011

Juegos que juega la nada.


Hay que dejar que el espacio juegue su juego de estrechar o expandir el universo a sus anchas. Hay que dejar que la sombra se arrastre bajo el talón mientras intenta fijarnos al camino. Hay que caminar sabiendo que el paisaje en sí mismo es una forma de perdición y también de encuentro. Hay que desencontrar para ser, y ser para desvanecerse.
Ahí y no en otro lado respira el conjuro. Ahí, la nada desdobla lo vivo y vivir desdobla el absurdo ¿qué eres, qué soy? Un lento desmembramiento del tiempo y el espacio. La colisión de la arena. Lo que oculta la belleza cuando se aleja de su representación. Somos, si acaso, una forma de desprendimiento de nosotros mismos.
Un olvido que se verifica sin palabras. Un corpus que se reconcilia con el espejo. Una forma de lamer la vida.
Un disparo.
La soga.
El cadáver ya redimido.

martes, 27 de septiembre de 2011

Caída.


Debería responder con esa parte de la piel que se ha vuelto una escama suelta del tiempo. Un largo respiro, los giros electrizados, el mundo agitado en la superficie angosta de un volcán doméstico que nos pone a vibrar. Quizá tendría que emplear las garras y no las palabras para devolverte a un silencio de breves quejidos orgánicos.
El tacto es mi antifaz y te lo dejo puesto. 
La mano es horma. -Los relieves se ciñen a un mapa de aromas-. 
Vienes, voy. 
No hay peligro de caer, al menos en eso consiste haber caído.

lunes, 26 de septiembre de 2011

De otra sombra.


Aún en lo invisible, siempre queda un halo. Algo que el viento, algo que la sombra. Vuelves ahí, al lugar hundido, a la garganta termodinámica que preserva la memoria lívida de una cadencia [gato ensimismado, felino que talla su silueta en todos los bordes, animal cortejado]; vuelves porque has recuperado la inclemencia de un comienzo; hilas y deshilas hebras que tejen lentamente el nombre, el cuerpo, la cálida costumbre de sucumbir sin quebranto. Habitas, respiras, palpas. Lo visible sigue ahí, incorporado al rictus exangüe de las cosas. Te sientas y piensas que nada podría estar mejor.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Antes del tiempo


I
Antes de que las uñas aprendieran a morder  los relojes, echó por la ventana el tiempo. Segundos antes o quizá años después, ella volvió por donde no sé fue. La memoria o un lugar igual de oscuro. Una ciudad sin memoria pero llena de ruido. Un mundo con las piernas estiradas, luego de bailar sin parar sobre la fragilidad de una pista de miradas.

II

Toda historia debe ser nombrada como una suerte de admonición. También debe incluir cierta bruma, un talón duro como umbral, un poder invisible pero persistente que le permita caminar sin llegar a ningún lado –se sabe, el desplazamiento es lo que suaviza el camino.  Debe considerar andanzas, juegos de abolición y supresión métrica. O un quizá.

III

Antes del tiempo no había pronombres. Antes de los pronombres la piel se comportaba como una retícula anestesiada. Dicen que en la boca de un lobo se incubaban los designios que habrían de conformar ese racimo purulento del soy, del eres, del son, del somos. Y también del fueron. No importa a dónde van: ya fueron. No importa a dónde fueron: ahí van. Eso o el tiempo, los signos, los conjuros. Eso o el lobo que vomitaba hasta que su vientre se secó. Eso o los nombres y los pronombres reflejados antes del tiempo y de la historia.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Puerta: la entrada al laberinto.


Solo basta abrir una puerta para que te multipliques. Al abrirse, la puerta te arroja a tu propio laberinto. Nunca fuiste más libre como cuando encontraste en el extravío un destino sensato. Al multiplicarte vives y mueres infinitamente. 
El otro ya no es el otro, no es Otro, sino todos. Cada experiencia ha de ser una falla particular del sistema, de la civilización y la cultura. Cada experiencia comporta su propia sensualidad, su propia catástrofe y también, su particular redención. Cruzaste la puerta y has visto que estar perdido es una gracia insoslayable. Que la seguridad de un vientre es en realidad una forma estúpida y enfermiza de morir de un solo veneno.
Ahora te hundes delicadamente en el herpetario bullicioso de la vida. Sientes cada picadura, distingues los colmillos, las fauces, las escamas y los sonidos que vienen en todas direcciones: has vuelto a la tierra. Ahora, envenenado de vivir, no querrás salvarte de ti, tampoco querrás salvar al otro, cumples el rol histórico que la nada te impone: vives y dejas vivir. 

sábado, 17 de septiembre de 2011

El espejo en el árbol


He ahí el muñón, sin nombre; una piedra con el corazón en espiral. Debajo de él hay tierra seca: el polvo que imita una galaxia; encima, las corrientes de aire son incapaces de moverlo, mueren ahí los cuatro puntos cardinales, la rosa fósil del horizonte.
Yace en suelo; quizá aún perciba las tenues vibraciones que viajan del centro de la tierra hasta su costado herido. Pero no siente, es el árbol caído, un puño sin dedos, un guante acorazado, la memoria desdibujada de una idea.
Estoy seguro que en algún momento, después del golpe de la sierra, el árbol deja de sentir dolor. Comienza un camino múltiple de silla, mesa, libro.
Soy un árbol: ya no siento dolor.