sábado, 15 de octubre de 2011

Hablemos del vacío.


Hay una cosa llamada vacío y un vacío en cada cosa llamada. Condición y nombramiento. Dialéctica no fatal, diferida, que hila desde el mimetismo y el sigilo; diálogo involuntario de fatalidades, causalidad elevada al rango de mutua incidencia.
El vacío como relleno del vacío: recipiente y espejo, correspondencia no invocada, devenida; historia no acogida en el humilde libro de un historicismo jabonoso, imposible.
La cosa en su propia desolación, hueca, llana, suspendida entre la voluntad y la recreación. Su traje de todos los días, de todas las vidas, raído. Su disposición a desfilar en la pasarela locuaz del instante, frente al aplauso forzado, frente a la mirada furtiva, en el culmen del soslayo.
Dos bocas, dos manos, las ramas tendidas; el par arremetido en su disociación, el simulacro, la lenta descomposición de lo vivo, el triste ritual de la escenificación de lo transitorio, de lo que es ínfimo.
Tendencia irreversible de la materia.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Tarde de Víboras.


No sabía que aquella tarde lluviosa terminaría compartiendo la mesa con una víbora. Antes que nada y que todo, estaba la lluvia. Había que hablar de ella como algo más que el efecto abominable de una tormenta tropical o del huracán en turno. La lluvia amanecía en toda su propiedad como un sol líquido, como luz que escurre imperceptiblemente por la piel, pero eso sí, nunca como lluvia, como simple lluvia. La lluvia sirve para recordarnos sobre nuestra condición impermeable, a veces lívida, impenetrable. Hace consciente la frontera de la sensación. Consterna.
También, entre la lluvia y la víbora había que traer a colación una ciudad. La ciudad como espejo: el otro, el que está en movimiento, el que es incapaz de quedarse quieto, el que es y no es, el que es sin ser, el que nos borra y dibuja. Hay que citar a la ciudad en la esquina precisa donde se convierte en un abrazo, en una sonrisa; en la continuidad de tu puerta, en la mesa de la cafetería donde más que café te bebes el tiempo y te bebes al otro. 
A veces, la ciudad pasa de ser espejo para volverse espejismo. He ahí la pasión de la lluvia. He ahí también el porqué se inunda para volverse un mar donde la imagen reposa. La ciudad, también es un nudo que atan los que se buscan y desatan los que se encuentran. 
También había que mencionar que esta tarde en la ciudad que llovía había una mesa en la que un hombre se imaginaba sentado en una mesa una tarde que llovía en una ciudad espejo. Ese hombre pensaba que el agua y la lluvia no venían de ningún lado, ni iban a ningún otro.
¿Qué tal si el agua brinca la bardita y se vuelve una anémona? ¿Qué tal si la anémona en realidad es una brisa o un rugido? ¿Qué tal si tras su transparencia se vuelve cualquier cosa, por ejemplo, una víbora?
En ese caso habría que decir que la víbora es el alma del agua que serpentea hasta instalarse frente a un café. Hay que decir que se estira, delgada como es, para alcanzar un cigarro. Hay que verla fluir en el esplendor sinuoso de sus curvas y quedarse ahí largas horas en su risa.
Esa víbora de agua que viene de una ciudad espejo una tarde lluviosa, bien podría ser la lluvia misma o su espejismo. Mientras tanto, el hombre que está sentado en una mesa imaginando que es un hombre sentado en una mesa en realidad es un perro.
Piensa en establos, puercos, gallinas y heno. Pero no piensa: siente. Siente el agua que se enrosca en sus ojos, en la lengua bífida de una gota de lluvia, en la piel inalcanzable que se eleva ante él, en la mirada profunda y al mismo tiempo alegre de la víbora. Piensa y siente que el tiempo no pasa y cuando pasa, siente y piensa que no lo ha vivido. Ha vivido demasiado poco lo que poco a poco se vuelve demasiado. Está ahí, sorbe su café, enciende otro cigarro, la lluvia desapareció, la ciudad se transformó en un gris espejismo, la víbora se esfumó, regresó a su condición de humo, de sueño, de belleza que se aleja diciendo adiós con la mano.

martes, 11 de octubre de 2011

Lo fugaz.

Ocupar un lugar en el espacio, nada más [pero también, nada menos]. Migrar despacio por la retícula ansiosa del tiempo. No quedar. Imposible hacerlo. Solamente sustituir el paisaje. Llevarse como quien alarga la sombra. Como quien estira el átomo. Como quien sucede.
Desocupar el cuerpo. Ser todo, nada. Soñar. Delirar. Urdir esas llamas: las que no se apagan, las que no queman, las que son inconsecuentes, fantasmales, hilos de aguas que no son mansas, detrito invisible de una sed que no existe.
Lo fugaz.

domingo, 9 de octubre de 2011

A las caiditas.

El viento no advierte su fractura. El ala no advierte la presión que la eleva. La piedra calla porque piensa que no sabe hablar. El domingo es un inmenso armadillo que cruza una autopista de elefantes. Meto la mano al bolsillo y saco otro día, uno cualquiera, donde pueda flotar hacia el pasado, o simplemente quedarme en el futuro. Lo cierto es que este domingo me entalla bien, me comporta, me envasa. La piel no es el final del cuerpo sino el comienzo de lo otro. Eso de allá no es un puente, es la cicatriz del paisaje que cruzas cuando vienes a mí. Esto de aquí solo prolonga la paz de saberme en la misma tierra de las Jacarandas y los Tabachines. 
La vida es un bosque y el viento no advierte su fractura.
Quiere tus alas.
Tus alas caiditas.

sábado, 8 de octubre de 2011

El árbol se anda por sus ramas.

Redescubre su poder. Es el árbol más frondoso de la sala. Lo rodean la vida y la muerte, pero nadie  distingue cuál es cual [son un ombligo, un nudo, un muñón]. Posee un imán, llegan a él los cuatro vientos, anidan en sus polos las criaturas sedientas, se hincan ante él todas las sombras. 
Lo huelen, lo flechan, lo usan, lo tocan, lo codician, lo anhelan.
Está ahí, bebe disfraces. Sus raíces sorben el tiempo y el espacio. Mata lo que fue. Será otra muerte. 
Muta y trasmuta: de rama a brazo, de sus branquias brotan espirales [si lo tocas, va a incinerarte]. 
Es el árbol, animal hermoso que salta sobre la jauría. 
Bestia despojada de belleza. 
Energía pura. 

Creo que este árbol se anda por sus ramas.

viernes, 7 de octubre de 2011

Mirada 52 con dientes de conejo de fondo



Henos ahí. Cualquier día sin tiempo. Cualquier tiempo sin día. Inmortalizados en el pixel. Frágiles, lejanos y cercanos. Propios y ajenos. Un producto extraño derivado de una larga cadena de ácido desoxirribonucléico que vaya usted a saber dónde comenzó.
Henos ahí.

jueves, 6 de octubre de 2011

Poema de Algo.




Se abren los candados:
                     bocas que son llaves
                             y cierran la mente.

Se abre un pacto en lo profundo;
lenguaje perforado, sentido;
piedra inquieta de la voz,
raíz que canta un soneto de sombras.

Se crea una zona libre de color;
lo vacío del blanco,
lo tibio del verde,
la nebulosa felpuda del gris.

Ocurre un deslizamiento
cae el viento sobre la tierra
su lengua invisible
sus árboles volcados como erizos
sobre la tierra.

Ocurre el hombre y ocurre la mujer;
ocurren por lo que son,
ocurren en la piel,
se sueñan y plasman

 –son, 
          la indumentaria 
                    momentánea 
           de su sombra-.

Se abre la vida:
        hierve
          vibra
              desgarra.

Y el  mundo 
se cierra entre las pestañas
y las piernas. 

martes, 4 de octubre de 2011

Extrañar es volverse humano.


Le extraño en su forma de espiral. En lo que tiene de laberinto. En lo que respira y se anuda como un árbol a su corteza. En el eco que devuelve al aire otro tipo de marea. En las milimétricas espigas que forman un bosque imperceptible al final de su espalda.
Le extraño en lo que de extraño tiene extrañar a un extraño. En el rito de revertir la certeza propia para quedar a merced de la guillotina. En la paz que altera, en la alteración que sacia, en la saciedad que anestesia, en la anestesia que calma.
No extraño ser el extraño que mira de soslayo. Ni el muro que contempla el paisaje sin poder andarlo. Tampoco ser una orilla en un mundo desbordado, mentiroso, ovillado a una tormenta sospechosa.
Soy mi propia noche. Quizá vengo de un sueño oscuro. Quizá la oscuridad me sueña. Quizá vivo o me vivan, o vivo y me sobrevivan o sobreviva de vivir lo que no vivo y viven.
El pulso, habitante sin nombre, la sensación, territorio de nadie, la percepción, ese perro echado, dicen, que extrañar es volverse humano.

domingo, 2 de octubre de 2011

Silencio con aviones de fondo.


El frío, habitante inesperado, monstruo sin sombra, hormiga en ascenso.
Mis pies hospedan la escarcha del verbo ir. Fijos e inquietos. En su voluntad suicida avanzan. En su terquedad invitan. En su espasmo rompen. En su ilusión espantan.

El frío resume discretamente lo que viene con Octubre:  
              un reflejo expandido de la muerte.  

Aviones y hebras desafían la investidura de un silencio colmado.
El ruido, como una alfombra que progresa, llega a los tobillos.
Sigo en el frío.
Otro avión de astas invisibles.
Otro cigarro, hoguera interminable.
Un hueco, cuyo corazón me hace pensar en las avellanas, dulcifica la oquedad.
La infalsificable saliva de la boca seca viaja río adentro.
Un canto, vuelo de ninfa, entona la autopsia de la melancolía.

El instante es la ausencia de Dios.
Este instante es del frío, de sus esquinas y mantras.
En todo esto, soy un hombre impávido sentado en una silla que a su vez se posa sobre otra y esta sobre otra más.  

Lo que sigue es abrigar la voz.

sábado, 1 de octubre de 2011

Conviene

Conviene dejar que la pisada marque la hora del camino y de vez en cuando, hacerse de la vista gorda [no bajar la mirada, simplemente, deslizarse por el borde mismo del tiempo]. Conviene insacular un laberinto, el más impreciso, el único que atienda a una lógica no diametral, para entonces, urdir todo aquello que se estira sin retirar el rasto, sin dejar un resto, sin tirar las ventanas. Conviene invocar la oblicuidad ocular de lo redondo, de lo que ciego se estampa en el árbol, de lo que asoma sin develar, de lo que suspendido encuentra una forma de ser raíz, péndulo, bisagra del viento. Conviene deslizarse por todo aquello que posea la doble capa del disfraz, aquello que siendo sábana también es techo, aquello que por su terquedad suaviza el choque, el vaivén. Conviene sentir, decir, tomar las cosas de lado, en su propia orilla, en su insolente y esquivo juego. Conviene estar vivo y estar sentado y oír cómo el mundo se desparrama y funde en su insólita horma tras cada fumada de vida.