viernes, 29 de abril de 2011

Sobre el ojo, pero nada qué ver.

El mundo está roto, míralo para que comiences a zurcirlo. El ojo como aguja donde los camellos tejen el cielo. Manantial de la imagen. El párpado como la frontera más frágil: telón que divide el terror de mirar el mundo con el terror de reproducirlo adentro. La retina como una instancia que en realidad es ciega: terminal nerviosa que delimita y materializa lo imposible. La pupila como epicentro, como falla tectónica que remueve capa sobre capa de tu corteza interior: zona dónde mirar es temblar. El iris, franja incendiada, hormiga circular que traza la brevedad de la línea: espacio para perder la mirada. La visibilidad es algo más que la evidencia y lo evidente: conjunción de paisajes, encuentro y amanecer de lo otro en ti. Cierras los ojos, te disfrazas de sensación: algo quema, congela; algo raspa o excita, algo te está sacando de ti sin llevarte a otra parte. Adentro de la mirada eres aire quemado. Te elevas como un gas irrespirable. Ala rota. Nube que azota al sol. Sueño. Adentro de la mirada sucede un intercambio inútil entre la realidad y el anhelo. Nace lo demoniaco. Se te queman las pestañas. Breves batallas se desarrollan tras cada parpadeo: queremos ganar un segundo sin luz o perder un instante de oscuridad. Una tormenta azota el ojo y nos vuelve a todos náufragos en nuestra propia piel. Llorar es fragmentar tu mar interno. 


He escrito mucho sobre el ojo, pero eso sí: nada qué ver.

sábado, 16 de abril de 2011

Llegar.

Caminan sin rumbo. El rumbo solo existió a partir del primer extravío. Ellos estaban extraviados y caminaban por una calle recta e interminable. Miraban a los lados y lo mirado les regresaba la mirada. Una correspondencia secreta surge entre la soledad y lo solitarios cuando van de la mano buscando una salida. "La ruta es simple, seguimos derecho a ver a dónde nos lleva esto", dijo uno de ellos. Así anduvieron días en aquella ciudad abandonada que tenía la esencia de un desierto humano. Ninguno de los dos quería detenerse. Estaban determinados a llegar hasta el imposible final de una avenida que nacía de su pecho y que ahí debía terminar. Caminar, ir con prisa, correr, pernoctar no importaban. Cada paso era un alejamiento. Pero quedarse tampoco era una garantía. Lo único que necesitaban para llegar al final era cerrar los ojos. Cuando lo hicieron, fue para exhalar el último respiro. Como siempre, tarde. 
Pobres bastardos. 

jueves, 14 de abril de 2011

Contemplación.

Hay que aprender a contemplarlo todo desde su final, pienso. Imaginemos superficies: sus grietas; lo que entrañan; la forma en que al hundirse desvelan un amasijo irreconocible de la cosa (que siendo la cosa misma, ya no se le parece).  
La naturaleza unívoca de las cosas extiende al ojo, lo vuelca y revuelva. La mirada nace de la quietud, la quietud proviene de una muerte lenta. Contemplar es detenerte en el tiempo, sin detener el tiempo. Contemplar es haber llegado al límite. No poder resistir más la interacción. Volverse la piedra. La imagen congelada en la postal. Las no ganas. El punto fijo. Una coordenada que emula un epitafio: la ausencia.
Sí, la contemplación es la forma elocuente de la ausencia. Nadie, ni siquiera tú estás ahí para verlo. Es lógico que de tal horror hayan surgido la filosofía, los brotes de predestinación divina más arcaicos y también la seducción del suicidio.
Ahora, con su permiso, continuaré mi contemplación.

martes, 12 de abril de 2011

Brevedad...


Se sentó sobre su brevedad. Era delgada y húmeda. Tendía a expandirse y al hacerlo tomar distintas figuras. Fue así como se transformó en un banco de madera que, cuando nadie lo usaba, crujía para arrullarse; luego en un extenso piso adoquinado, oscuro e irregular, a juzgar por las figuras que, como manchas de jirafa formaban losas caprichosas pegadas una a otra; enseguida se transformó en árbol y emergió rápidamente hasta alcanzar un altura increíble, la altura que tienen los sueños cuando han brotado del sigilo. Una vez que la brevedad se convirtió en un paisaje, el hombre pudo levantarse de ella. Fue ahí cuando sin saberlo, ni quererlo, comenzó a caminar sobre la eternidad. 

jueves, 7 de abril de 2011

Incertidumbre


Cuando se topa con una definición voltea la cara y dice “Mejor mátame”. Nadie ha podido tomarla de la mano y decir “vamos de la mano”. De inmediato se suelta y piensa “Ni me llevan, ni llevo, mi pie no es ancla, ni raíz de nada ni nadie”. Una vez le dije “Lo nuestro es un tal vez”, mientras arrancaba del tiempo un turno para eternizarnos. Me miró y corrigió: “Lo nuestro, tal vez es un quizás”. Después de su definición no dije más, la incertidumbre había terminado.

lunes, 4 de abril de 2011

Algo.

Nacieron de un hueso que por descuido quedó a la intemperie. Quizá se trataba de un fémur, a juzgar por su longitud y forma. Se olvidaron del mito de la costilla y en apenas unos segundos adoptaron su nueva forma inhumana. Pasaron por alto el hecho de ser un eslabón interrumpido entre el olvido y el polvo. Ni de lejos se acercaban a la forma de un pensamiento extraviado, enfermo, extenuado de algún Dios periférico. 
De sus moldes no emergían gemidos, ni suspiros. Carecían de un nombre. Eran un bosque, una secreción, un flujo inconsecuente, ajeno a remitentes u horizontes fijos. Eran libres para esclavizarse a una eternidad y a una libertad donde la esclavitud misma no representaba un final, ni un fin, ni un medio, ni un concepto, ni una sombra, ni un edicto, ni un significado, ni un triunfo, ni una derrota. 
Eran el tiempo. Eran un río. Eran la suma infértil de los anhelos. Eran la utopía. No eran humanos. No eran como nosotros. Eran un espejo fusionado. Eran el miedo derrotado. No eran resistencia. Eran el futuro. Son lo que dejamos de ser al ser lo que dejamos siendo lo que pensamos que seremos.

domingo, 3 de abril de 2011

A mí me verán morir todas las veces.

I
Cruzaron miradas y hacerlo fue como desdoblar pergaminos, evidenciar cicatrices, desnudar signos, anudar los ojos. Aquellas soledades dejaron de ser circunstanciales; ahora, incidentales, voltearon a verse en la coincidencia. 
II
No hubo predestinación, hubo encuentro. Tiempo y espacio amanece como un vórtice que desciende del aire, baja por la montaña, llega al árbol y traspasa la tierra hasta volverse raíz. Al fondo, en lo más silente, corren aguas que persiguen a la sed. Un río profundo, insondable se vuelve manantial cuando es bebido. En tanto, es flujo secreto, inercia.
III
Fuimos, somos y seremos continuidad del polvo. Esencia surgida de la desmemoria. Presencia que testifica el retorno de lo mismo. Una vuelta más de la espiral que crece en dos puntas. Ausencia de voluntad, despliegue casual, multiplicado en millones de coordenadas. 
IV
La sospecha de que el miedo nos desplaza, nos saca de nosotros mismos, de que se incuba largo tiempo y brota súbitamente para golpear el corazón hasta matarlo, nos ha vuelto una miniatura gris. Una filosa pero oculta estalactita por donde gotea la vida.
V
Y todo por una estupidez: evadir el dolor, cuando el dolor no es lo que nos pudre, sino la esclavitud hedonista de creer que la felicidad es un cerrojo, un espejo, una costumbre y una técnica de salvación personal.
VI
A mí, me verán morir todas las veces.