domingo, 27 de marzo de 2011

Yo no.

Érase algo. Polvo que piedra. Halo y rastro. Trayectoria sin quizá. Un punto, y aparte, la sospecha de lo lineal. Hay que decirlo: fue. Entonces pasó de lo dinámico al reposo. Equivocado de ala y también de viento. 
Pero firme. 
Monolito acostumbrado a ignorarlo todo: el tráfico invisible del viento, el embotellamiento de pájaros en los árboles, el lento e inconsecuente quedar de una nube rasgada, el apacible y vacuno pastar del horizonte. 
Quieto. Así se definía o quizá, así se indefinía. Lo cierto es que se quedaba clavado de una orilla, paladeando la estaca muda en la boca rijosa. Inmóvil, quieto nuevamente. Un tanto muerto o quizá, medianamente vivo. 
Quieto, inmóvil y petrificado. Eso de ahí. Eso de aquí. Un allá o lo más cercano a él. Siempre próximo. Impávido. Erosionado. 
Érase algo.
Yo no.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Poema Opus 345 en No sé mayor.

Juntamos un nombre de las piedras,
un camino.
De las morusas que quedaron del pan
le dimos al ave un plan de vuelo.
Reunimos una ciudad
una montaña
un cielo.
Elevamos los ojos
                  vimos.
Extendimos la mano hasta rozar el borde más lejano de las uñas.
No tocamos, insinuamos el sentir.
Volvimos de lo más profundo,
lo volvimos superficie
volvimos sin profundizar
             lisos.

Hicimos lo que el río: descargarnos hasta morir.
Hicimos lo que humo: desdoblarnos en lo efímero.
Hicimos lo del hombre: mimetizarse y desaparecer.

martes, 22 de marzo de 2011

21 de marzo



Antes de que apareciera la mariposa monarca, voló una mariposa negra. Vulgar imitación de murciélago. Reímos. El bosque jugaba a ser millares de voces que entonaban una melodía sucia: la del viento. Rugido sigiloso y fugaz de un acróbata que esquiva los árboles montado en un motor invisible.
Las coníferas y los pinos, parecían una imagen congelada de un baile masivo. Los troncos inmóviles, de sugestivas líneas humanas, firmes sobre una alfombra viva y crujiente; las ramas se tocan como se tocan los que bailan. Pensé.
Abajo, la hojarasca recogía el tono ocre de la tarde. Un grillo montó sobre una rodaja de pan. Nos miramos fijamente. Su ojo de cofre redondeaba una insinuación, quizá una sugerencia respecto al paradero de un aderezo que transformara su ingesta en experiencia gourmet.
A pocos centímetros, una hormiga exploradora rondaba el plato con queso gouda. Podía verla ir y venir sobre el hielo seco, evaluando la estrategia a seguir, calculando los riesgos, estableciendo un plan eficiente para que la gran familia pudiera recolectar de forma segura el botín descubierto.
Las infatigables moscas que merodeaban el prosciutto, confundidas por la presencia de los cubos de melón, confirmaban su condición de criaturas diseñadas para dotar de sentido al concepto: osada terquedad. Desafiantes regresaban tras cada manotazo.
El vino portugués, las aceitunas y los palmitos, el lomo canadiense, un trozo de tela violeta improvisado como mantel, la tarde fundiéndose sin tiempo, el camino de regreso, el día veintiuno de marzo que no se va a borrar de la mirada, del tacto, y sobre todo, del corazón.

domingo, 20 de marzo de 2011

Primavera 2011

Dicen que hoy el sol se inclina para lamer con precisión un pelo recostado. Una grieta, un muñón de roca, una equis de viento registran el descenso. Luz mineral, fiesta del alma, fuegos artificiales, banderas blancas, personas invisibles, oscuros gorupos agrupados en cimas temporales desde donde pretenden instaurar la dictadura del bufón. 
Todo sucede con precisión matemática. La migraña científica danza con el fantasma de una moral siempre dispuesta a devorarse desde dentro. Dejaré de lado esa forma edulcorada de magia y fragilidad para instaurarme como paralelo y latitud de otro giro. Es importante, al menos para mí, engullir el breve incendio universal de un modo distinto. Sin ramas, lechuzas, ni ropa blanca. Hacerlo desde la quietud, en la intimidad, registrarlo sobre mi propia piedra sedienta; desde el incómodo ángulo de un hombre que desborda el tiempo porque ha decidido acudir a citas igualmente luminosas, pero decididamente más reales. 
Para ello habré de retraer el tiempo, recrear los movimientos irregulares de un planeta de agua salada, la punta más verde de una montaña que de tan sólida, tiende a resquebrajarse si la tocas. No tengo un plan. Esta vez orbitaré educadamente. Habré de controlar la cauda fragmentada que suele romper el curso esperado. La colisión no puede ni debe producirse libremente, o quizá sí. Lo cierto es que las Jacarandas, las Primaveras, los Tabachines, las Azaleas y las Bugambilias se renuevan y no puedo disimular mi entusiasmo; tampoco puedo evitar presagiar el modo en que este sol y esta luz inundarán el alma. Ni me sentaré a esperar.

lunes, 14 de marzo de 2011

Ajá.

Nacho Vegas.
El café con leche.
Horas desandadas en la silla.
Cigarros que crispan el instante.

Un avión casi inmediato.
El vuelo como sinónimo de suspensión.
Pausa absoluta.
Rostro hirsuto.

Un eufemismo está listo para aliviar mi cobardía.
El gato encerrado maúlla adentro y afuera.
La puerta de esta casa sirve como perpetuidad fijada a un marco.
               Al marco de lo inmóvil.

Un párpado que también es satélite
que también es un punto rojo que tintinea,
que también mira y se deshace
que también bucea.

Las manos frías.
Lo quieto.
Cristina Rosenvinge.

Una lista invisible que tiene por hoja el aire.
Un aire que tiene por casa el oído.
Un oído que no tiene razón de ser puente.

Caer.

domingo, 13 de marzo de 2011

Tedio te dio.

La cascada ininterrumpida del tedio. Marchas fúnebres suenan en la orquídea marchita. Un sonido escala del piano pero solo prueba que la música tiene la mala costumbre de volverse y volvernos nada. 
Cada minuto es un preámbulo pero también una continuación. Jala lo otro. Se revuelca en someras insinuaciones, en una ilación precaria de paisajes perdidos.
Todo es idéntico: el aire cifrado en un dedo de humo. La palabra esculpiendo repeticiones. El mundo como efecto pasajero. El tiempo y su mutación fantasmagórica. El sedimento del instante cada vez más triste.
Lo entrañable despeja mis dudas: estoy adentro y no tengo orillas. Entonces araño la inmanencia. Tejo en la araña una red disímbola. El presagio es todo aquello que contiene una semilla predicha. Vuelvo al antes. Donde el pie cimbra la transparencia. Donde pensé. Donde creí pensar. Donde interrumpí el cauce de un río entre los ríos de todos. Vuelvo ahí porque deseo asomarme desde abajo a la cascada que me aplasta en el tedio. Vuelvo porque el tedio mismo es una forma atemporal, impersonal y anodina de reconstruirme sin hallar culpables; sin dar manotazos; sin espantar al bicho que taladra en el fondo de mi mente, la imagen ya no tan clara de mis ganas de amar. 

viernes, 11 de marzo de 2011

Desde el origen


Elevó los párpados. Desnudó el ojo, no la mirada. Contempló la mañana y era tan parecida a la noche que siguió acostado. Tenía tantas preguntas sin respuesta que supuso que al quedarse quieto pronto se marcharían. Era un hombre superpuesto al hombre. Era un vacío ocupando un cuerpo. Era el devenir llano y sin vida, de la vida misma que allana el tiempo. No era yo, era mi resto. No era el espacio, sino su contenido. Es el pasar repentino y sutil de mil certezas cortejando morbosamente la claridad. Era una almohada, un grito ahogado, la posición del alma. Horizontalidad, verticalidad. Ahí estaba, sentía otra vez ese modo desinteresado en que las cosas se marchitan y convierten en sospecha, distancia y muerte. 
Fue hoy, pero esto ya venía pasando desde el origen. 

miércoles, 9 de marzo de 2011

El fin, en fin.

"Siéntete como en tu casa". Me dijo. Busqué entonces el cadáver de mi madre, mi bacinica y el viejo fusil del abuelo. Me mintió otra vez. ¿Dónde herviré el brazo que le arranqué? A veces creo que debería comerte cruda. Almorzar tus extremidades con miel de maple. No soy un hombre común. Le advertí. Por las noches me suelen brotar huracanes. El pasado se me cae con el pelo y sudo nombres. Entonces, su cuerpo inerte me respondíó sospechosamente a través de un hilo de sangre. Lamí sobre el corte y obtuve todas las respuestas. "Creo que estamos listos para lo que sigue". Murmuré. Me rocié con gasolina y la abracé fuerte. Un cerillo y quemaduras nos unieron. ¿Qué sigue, qué sigue? Parecen decir las cenizas, al tiempo en que una liana de humo trepa la nada y nos disuelve. Sigue nada, amor, nada. Entonces seamos nada. Tan fácil que es camuflarse en vaho. Salpicar la ausencia hasta mover una rama. Irradiar la costumbre. En algún punto del cielo dejé de ser animal y aire. La llevaba a ella en algún rincón: el de la inocencia quemada. Somos muertos simples. Pensé, pero en realidad todo era más complejo. Nos habíamos transformado en una cicatriz etérea, pero eso era el cielo: una vacua cicatriz. Muertos. Flamas puras. Esencia en traslado. Dos que uno. Uno que en realidad ninguno. Muertos de sí y de todo. Honramos la supresión. Sin embargo me equivoqué: la eternidad sí existía. Ante nosotros, una falsa boca pronunciaba el tiempo. Otra muerte, la verdadera, en vida. Y entonces, quemados, muertos, invisibles, tercos, animales, burdos, sofocados, ausentes llegamos a ella. Al principio del verdadero fin.
Y nos jodimos. 

sábado, 5 de marzo de 2011

Putas palabras.

Palabras que asfixian, por ejemplo: soga. 
Palabras que enmudecen, por ejemplo: silencio. 
Palabras que curvan el día, por ejemplo: noche.
Palabras para no caer, por ejemplo: ala. 
Palabras que son un absoluto, por ejemplo: amar.
Putas palabras.
Putas todas.