martes, 31 de mayo de 2011

Fulana y nuestra desaparición.


Aún recuerdo la primera vez que nos tocamos. Estábamos bajo un techo alto e inclinado, ideal para que una lluvia suicida tomara impulso para lanzarse a morir. 
Primero, se agrietaron nuestros dedos. Brevísimas hendiduras exponían nuestros bazos sanguíneos. Después las grietas comenzaron a extenderse sobre nuestros brazos y hombros; en cuestión de minutos habían invadido nuestro cuello, la cabeza y hacia abajo el tórax. 
No podíamos dejar de tocarnos, incluso, creo que seguimos haciéndolo cuando, sin darnos cuenta, habíamos caído tan hondo adentro del otro, que ya no podíamos reconocernos sino como uno mismo. 
Nos habíamos sumergido uno en el otro.
Nuestra evaporación había comenzado y nada iba a detenerla. 

lunes, 30 de mayo de 2011

Fulana y las bugambilias.


La primavera había llegado. 
Recuerdo que temí sacarla del rincón en el que, decía ella, “Construía un mundo mejor”. Pude convencerla de asomarse por la ventana para contemplar la bugambilia que, como jauría desenfrenada, florecía para alimentarse de colores. 
Sus ojos se petrificaron, pero ya no eran tristes, eran otra bugambilia, otra primavera. 
Dicho esto, me eché sobre sus ramas.

domingo, 29 de mayo de 2011

Eso pasa

  • Pasa el tiempo, querida.
  • Y con él, el destiempo.
  • Y con el destiempo, la anacronía.
    • Y con la anacronía una imposibilidad.
    • Y con la imposibilidad un margen.
    • Y con el margen la distancia.
    • Y con la distancia el frío.
    • Y con el frío la muerte.
    • Y con la muerte, otra vida.
    • Quizá no esta.
    • Quizá no la nuestra.
    • Si no la del ayer.
    • La que se suponía muerta.

    • Eso pasa.

      • No huya.
      • Pero no se quede.
      • Estése quieta.
      • Mis vuelcos dan vida.

viernes, 27 de mayo de 2011

Fulana y sus formas


La sacaron de un molde anfibio. 

Yo vi 
cuando una deidad 
decidió dotarla
de un arma contra mí. 

Ella era redonda y dura. 
Emitía un sonido diáfano 
de cantera picada. 

Su orilla de piedra apuntaba al mar 
pero no sabía 
que ser una espada 
implicaba soñar una cañada 
no un mar. 

                     Desde entonces 
no resiste que la llame por su nombre abisal 
                      prefiere ser 
    una leyenda encallada 
              al fondo de mi lengua 

Un murmullo 
que nada 
en mis pensamientos. 

jueves, 26 de mayo de 2011

Fulana y los espejos.

Una mañana, Fulana enfrentó al espejo y le dijo: “Hay que acercarnos más”. Hizo una breve pausa y esperó la respuesta. El espejo no se movió. “Idiota”, pensó Fulana. “Si permaneces inmutable no podremos anularnos”. Dio un paso, otro y otro más hasta que su rostro y el reflejo de su rostro se volvieron uno solo, una suerte de masa única, indistinguible, sin rasgos, encimada, fusionada, en la que ya no podía reconocerse. 
“Esta vez no pude anularte”, le gritó Fulana, “Pero al menos no me reconociste”. 
Yo era el espejo.
Me resquebrajé.
Era el único modo que conocía de cerrar los ojos.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Fulana y nuestros destiempos.


“Hay que ver caer el tiempo”, dijiste. En tanto levantabas un muro sobre la ventana (uno de paja y yodo). Yo me opuse; dije "no". Argumenté que el tiempo ya nos había quitado la ropa, el pelo, los dientes, la piel, los respiros; dije también, que nos había tirado la mirada al suelo con todo y párpados; que incluso, nuestros brazos se habían vuelto una suerte de ductos soterrados y vacíos que ni siquiera podían tocarse en forma de raíces o hallarse en la nariz de un topo. 
Entonces insististe. Fue ahí que nos sentamos a ver caer el tiempo. Fueron  hojas, piedras, sapos, granizos, nubes y no sé qué otro despojo lo que llovió. Pero el tiempo no. Al parecer hacía siglos o caricias que se había levantado e ido. 
Habíamos llegado tarde una vez más.
Tomé tu mano y fuimos a buscar un nuevo reloj. 
"Uno de arena", sugeriste.
Yo estaba pensando en uno biológico.

martes, 24 de mayo de 2011

Fulana y los árboles.


Mentiría si no te digo que los árboles se caen a pedazos 
y que a veces hueles a hojas secas. 
Pero ni la verdad, ni la mentira te gustan. 
       
               (Me das sombra y
me dejas columpiarme en tus ramas.)

Anidas aves y bichos. 

Te quedas ahí 
como una estaca de penumbras sedientas 
que se ovilla bajo tierra 
mientras te bebes tu propia raíz. 

Entonces 
te vuelvo un montoncito de historia 
que disciplinadamente despejo 
con la escoba al amanecer. 

lunes, 23 de mayo de 2011

Caminar.

Camino. Lo hago desde donde puedo. Los pies, por ejemplo, golpean el suelo, luego flotan y dicen "no somos de nadie". Camino y eso significa jugar con el tiempo. Alzo la vista y allá está el árbol. Aún no me sucede. 
Ese árbol al que voy es futuro, pero en realidad es pasado. Cuando llegue a él, tendré solo un momento para mirarlo y dejarme mirar. Cuando ese momento ocurra, el árbol o yo, diremos: "Aquí hubo un presente que vino del futuro para hacerse pasado".  
He de seguir caminando sabiendo todo esto. 
El tiempo finge estar tendido cuando en realidad se va replegando paso a paso. Los días. Los ecos. La maldición de vivir. Pero ese, es una asunto de óptica. Una cosa de los ojos que le dicen a los pasos "Ahí está el allá, eso de aquí no es un lugar, es una sospecha".
El verdadero pasado y el verdadero futuro no los ves. Acechan. Anudan en tu cuello una soga. Por más que cierres los ojos o por más que decidas voltear a ver, lo único que te queda es caminar. Quizá la soga te asfixie, quizá te jale de tal modo que no tengas otra que detenerte y luego retroceder. Pero en tal caso será un sueño. 
Ya no eres el mismo. Ya caminaste. El árbol se hizo viejo. El camino se bifurcó. Y la soga que te ata, esa a la que una vez amaste al punto de ser tú quien la estiraba, terminará por romperse.
Pero anda, camina, ve. 
El abismo es generoso.

domingo, 22 de mayo de 2011

Siete cuchillos sin filo.

I
Ella es un ala que comienza a crecer de los muros, de los cables y los cristales. Incuba su cuerpo en una gota de litio. Ahora, vuela. En el nombre lleva el cielo, en su nombre también la noche se vuelve un nido de cristales. La llamaré musa negra o señora de vidrio. Ella vendrá. Ya viene. Sé que se asoma porque afuera el cielo es gris.
II
Leo su libro. El que firmó con la boca. Me toca con palabras. Me alejo de él pero sus alfileres, una a una, comienzan a significar mi sangre.
III
Lo obsceno es que no es metáfora: se ha vuelto el rito veloz de la escafandra. Algo que sumergido recobra la claridad del aire.
IV
Hay miradas habitadas por diablos infantiles. Suceden a intervalos, tales intervalos ocurren en el jadeo. No te mataran.
V
Los demonios se tienden a mirar el techo. Bajo una máscara blanca, en aquella habitación circular, con el eco de un piano.
VI
Ocasionalmente, además de las cicatrices, los tatuajes también se acuestan a dialogar sobre sus puntadas.
VII
Algunos vamos entre brazos, quizá porque al dar brazadas volvemos a la ciudad un mar, o quizá porque ante la imposibilidad de ahogarnos en ellas, manoteamos hasta desfallecer. Ella le teme al mar.

sábado, 21 de mayo de 2011

Fulana y nuestros ideales.


Estábamos cerca de encarnar un ideal. Entonces nos detuvimos a respirar. Conforme el aire llenaba nuestro pecho nos brotaron piedras que fueron creciendo hasta volvernos un risco. No nos dimos cuenta de que, siendo aire, solo nos faltaba el viento para girar, labrar las montañas, detallar riscos, pulir cimas, y no volvernos otra piedra, otro ideal presuntamente indestructible, pero carente de vida.

viernes, 20 de mayo de 2011

Fulana y nuestros vacíos.

Un día me dijo “Vamos a curvarnos”. Me dio la espalda y caminó hacia la habitación. Imaginé que dibujaría un tubo de gusano en la pared. Que crearía un umbral en el marco del ropero o la elipse de un pulsar con el foco. Sin embargo,  volvió vestida de luz, me tomó la mano y fue ahí cuando pudimos hundirnos en un vacío del cual, ni la gravedad ha podido salvarnos.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Fulana y las orillas.


Fulana es morena. Del único color que puede ser la vida en el desierto. Ignoro quién, cómo y porqué pudo suponer lo contrario y deducir rasgos de luna, de nieve y cocaína en un cuerpo que, de otro modo me habría puesto la mente en blanco, el espíritu traslúcido y pálida la vida. 
Pero no por ello Fulana dejó de ser nube morena que para mí llovía, nevaba y traslucía.
Recuérdese que en el desierto solo hay vida en las orillas. 

martes, 17 de mayo de 2011

Fulana y la carrera contra el tiempo.


Solía recostar la cabeza sobre su cintura. Con el tiempo logré moldear su cuerpo de tantas maneras como me fue posible. Fue así como la convertí en un barco, en una vela y un mar. El tiempo mismo tomó forma en nosotros. Se recostaba en medio de nuestros cuerpos desnudos. Acaparaba las sábanas. Sudaba nuestra almohada. Nos hundía. 
Aquella noche, cansado de perder la batalla contra el tiempo acomodé mi cuello sobre su brazo izquierdo. Ella volteó a besarme la cabeza y después, como era mi deseo, se volvió una horca y partió mi cuello. 
Por primera vez sentí que me amaba. Por primera vez también supe que le había ganado la carrera al tiempo. 

lunes, 16 de mayo de 2011

Fulana y los vórtices.


Fulana tenía un lunar en la punta de la piel. Yo la miraba sabiendo que quizá, a golpe de observaciones podría inferir un eclipse, bordear su lado oscuro e incluso, aspirar un gramo de noche. Me acerqué para mirar más de cerca y noté cómo, la pequeña mancha oscura se hundía bajo el rostro de fulana para devorarle los pómulos, la nariz, los ojos y las cejas, la boca y el mentón. Segundos antes de que fulana se volviera completamente un agujero negro me alejó de la cama, apagué la luz y cerré los ojos. “La vida es solo un vórtice negro” pensé

domingo, 15 de mayo de 2011

Sobre el juego.

Él escribió:
Las manos vacías continúan la despedida.
Ella contestó:
Las manos están vacías porque nacieron para despedir.



Él respondió: 
¿Des o pedir?
Ella:
Jamás se cierran poseyendo algo...
Él:
Aunque en sí mismas sean posesión y despojo, tacto y trazo. Manos dadas o pedidas. Cuerpos que las reciben y despiden. Des:dar. Pedir: recibir.
Ella:
En sí mismas el mundo y la negrura. Siempre acercan el cuerpo destinado a traicionarnos.
Acaso sean las únicas que han comprendido algo...
Él:
¿Nos dejamos traicionar, nos traicionarán, las traicionamos? Juega tu mano, tahúr.
Ella:
Nos dejamos traicionar, por supuesto. Es nuestra forma de rendirnos ante lo inevitable con un dejo de erotismo (la entrega total). Nos traicionarán, porque la constancia de los días nos hace sentirnos a tiempo con la vida. Y las traicionamos porque seguimos creyendo que algo puede dejarse poseer.
Él:
Saca pues, el naipe y juega.
Ella:
El naipe está sobre la mesa, caballero. El juego comenzó -si es que algo comienza en este mundo nuestro- desde que sí.
Su turno: su jugada.

Él: esta es la primera jugada. 

sábado, 14 de mayo de 2011

Fulana y la desaparición.


Una a una, fue devolviendo las cosas a su lugar.  Comenzó arrancándose el cabello; siguió con la piel, que rastrillaba hasta sangrar; después, desconectó sus músculos como a una máquina vieja, o un motor; continuó con los tendones: producían un sonido de globo estirado, música de caída; luego, descoyuntó sus huesos hasta quedar reducida a un tronco, la rama derecha alzada hacia la nada . Al final dejó el corazón y sus terminales nerviosas. Por ningún motivo quería que la gente creyera que estaba desesperada o que, su acto de desaparición era también un acto descorazonado. 

viernes, 13 de mayo de 2011

Fulana y las orillas


Despertó pensando una sola cosa: los ciclos. Se asumía privilegiada. Una dialéctica consumada que, con un ejercicio mínimo de observación comprobaba que el frío y el calor, la noche y el día, el bien y el mal, se sucedían de una forma casi institucional. Esa mañana decidió dar un paso de la observación a la práctica. Sin la experiencia, el testigo no pasaba de ser fisgón, un vulgar entrometido limitado a registrar la vida sin haberla vivido. Decidió entonces que se iría y abandonaría ya mismo su visión condicionada por la costumbre de habitar un solo sitio. Se puso en pie, miró a su alrededor y cruzó la calle. Quizá en la esquina contraria descubriría un modo distinto de ver el sol, la luna, la lluvia y sobre todo, la indiferencia de una ciudad de la cuál, ella era una más de sus orillas.

jueves, 12 de mayo de 2011

Es.

Ahora, él se desliza por debajo de algo.
Ahora no es ahora.
Tampoco es ayer ni mañana.
Deslizarse es contemplar.
Contempla una mota de polvo, maúlla bajo su peso.
Desempolva, limpia, desdobla, despliega, orea.
Realiza.

Esas palabras no distinguen tempestad.
Esa tempestad no tiene atmósfera.
La atmósfera es un llano delicado:
persiana descorrida
viento
un paseo incierto
una vuelta.

He ahí, él.
De ojos abiertos
sin el sedante habitual
demasiado vivo para sorber otro café
demasiado café para fumar
humea
le llama vida a la trenza negra ascendente
y sube.

Quizá más allá pueda contemplar.
Ahora se desliza.
Es.

martes, 10 de mayo de 2011

Primero lo primero.

Aquellos tiempos cuando el tiempo no era tiempo. Cuando los días sin días no terminaban de llegar, pero tampoco de pasar. Aquellas primeras voces que celebraban su eco. Aquellos primeros sonidos que escampaban con un brillo mineral sobre la roca de la vida. Aquel encuentro que surgió de otros desencuentros. Aquellas casualidades que hilaron fino tu camino y el mío. Aquel estar sin ser que era un ser estando. El primer beso, un abrazo tendido de forma tan ligera. La sensación de recostarse de lado para hacer rehén la respiración del otro. La primera desnudez, el primer sudor, el primer temblor. Toda primera vez yace ahí en el punto más alejado del nosotros. El nosotros mismo no es otra cosa que una breve descripción de la ausencia, de lo imposible. Ya sin nada, sin miedo, sin sismos, volvemos a mirar adelante a sabiendas de que allá tampoco hay nada. 

miércoles, 4 de mayo de 2011

Escribir....

 No hablo de fuego para no quemarme. No hablo de piedras para no tropezarme. No hablo de olvido para no acordarme. No hablo de ti para no evaporizarme. No hablo de soledad para no acompañarme. No hablo del mundo para no despoblarnos. No hablo, para no aullar.
No hablo, escribo.

martes, 3 de mayo de 2011

Sobre las balas.

Había pensado escribir sobre una bala que se volvió un gas. De un ave que al no poder hacerse palabra regresó al pensamiento de la piedra. Del aire arrepentido de hacer girar al mundo desde las aspas polvorientas de una habitación de hotel. Del murmullo acucioso de la lluvia que se agrieta al caer sobre la tierra. De las tribus nómadas que recorren la piel en la hora más solitaria. De la tempestad interna que mengua a tragos de alcohol. De los cigarros y su misión suicida de morir en nuestras bocas. De las tardes sin tiempo y mejor aún de las cientos de noches estrelladas que miré desde una terraza. Hay tanto que decir sobre revólveres y fusiles. Una batería completa de misiles sometiendo a una ciudad mental, con sus recuerdos pisados y sus habitantes vacíos. Habría sido bueno no vivir ahí, o no haber pasado en aquella intersección donde el fuego cruzaba calles, ventanas, puertas una noche que llovía. Quizá debí dejar el arma en casa. Quizá debí cambiar las balas de plata por otras de salva. Por eso pedí que esa bala se volviera un gas, prefiero morir de asfixia que con un agujero en la sien. 

lunes, 2 de mayo de 2011