viernes, 30 de abril de 2010

El mono educado

Fuiste el esperma más rápido de aquella eyaculación. El triunfo de un renacuajo testarudo que impuso su velocidad sobre los otros. Fuiste un cigoto inmóvil, dentro de una lonja de humedad y silencio; una promesa humanoide, inofensiva y común. Fuiste un cuerpo expulsado del palaciego útero de una hembra; un cuerpo sin motricidad: ínfima pieza babeante, un pequeño productor de heces y balbuceos; un ser erecto y bípedo; un imitador a veces castigado, un seguidor de designios, otro mamífero con los nudillos limpios. 
Fuiste aprendiz, siervo, amo, maestro: un mono educado para aprender y repetir

jueves, 29 de abril de 2010

Existir, sí cómo no


La contemplación: lo menos metódico, lo menos científico. Un resorte tieso que jode tu espalda. El ruido, como cicatriz de una postal decadente; el infeliz purgatorio de la idea.
La realidad en su costumbre hormiga: yendo y viniendo sin ton ni son. Pretendiendo la escenificación de los muchos, en la coincidencia del ninguno. Los ojos como paredones donde rebota la jabonosa pelota de nadie. En el culo de la inercia baten sus alas las moscas de dios. Tiempo al tiempo para que lo que pase no seas tú, ni el otro.
El camino explica la caída. La caída explica al caminante. El caminante explica el desierto. El desierto es absoluto. Lo absoluto me recuerda la miseria de ser instante y memoria: otra costumbre de la monotonía que expira en su desesperación.
Existir, sí cómo no.

miércoles, 28 de abril de 2010

Dios: el gran ninguno.

Siempre lo busqué en el suelo, lejos de la teología que deshonra su calidad de nada. Lo he visto detenerse frente a un aparador y fingir desinterés ante las ofertas de fin de temporada.
Cierro los ojos y ahí está: es esa mancha oscura que engulle mi claridad. Duermo para olvidarlo y adquiere el rostro de un matón que me persigue con siete dagas. Despierto y está ahí: colgado del perchero como un trapo viejo. Me llama al celular a deshoras. Me manda correos electrónicos spam. Jode como pocos.
Por eso lo busco en el suelo, donde hace siglos Nietszche lo puso. Junto a la basura. Entre los desperdicios. Pisoteado por la evidencia de que ya no está, de que nunca estuvo, de que su presencia es apenas un giro más de una tuerca que no aprieta, que gira por nada.
Aunque para ser francos, es mi tirano favorito. Lo necesito para odiar algo que no pueda matar, algo que no tenga vida. Algo así como a mí mismo. 

martes, 27 de abril de 2010

Dromedario


Siempre he imaginado al tiempo como un dromedario que engulle todo y luego lo regurgita. Coincidencia feliz, siempre he considerado a lo humano como un vómito y a lo divino vomitivo. Teoría falaz, pienso, mientras degluto un mufin de naranja –hermosa creación humana– y el tiempo pasa tan lento como la digestión. 
A todo esto, resulta divino contemplar que no hay nada afuera de este instante, y que acaso sea eso una copia exacta de lo que prevalece dentro de mí, no se alterará mi ejercicio habitual de abstracción vespertina ¿qué puede un hombre como yo abstraer de este momento? Dos tacos de arrachera, con chorizo y queso. Unos frijoles charros. La sensación de soledad en la mesa. La misma sensación en otra mesa. El mismo mundo. Murmullos por ahí y por allá. Dios acurrucado en su témpano sideral. Luces, sombras, autos. 
La realidad invita a la introspección y la introspección a salir corriendo de nosotros mismos. El acto de entrar y salir de uno mismo se llama maldición y a veces, las maldiciones no son otra cosa que bendiciones cargadas de realismo. 

lunes, 26 de abril de 2010

En vos, baja.


Llego a un punto en el que todo es ruido ¿Cómo diferenciar un berrido del canto de un ruiseñor? El movimiento de la rama, el zumbido del auto: voces en off, actos fantasmagóricos. Todo se eclipsa y torna monótono –como el hipo del Big Bang surcando la atemporalidad en una travesía ciega e inútil. 
El ruido sintetiza una pulsión indiferente: el de la rutinaria encomienda de aspirar y expirar bajo el amparo de una libertad asediada de realidades y por tanto, colmada de desesperanzas. Encuentro más emotivo el gemido de una piedra aplastada por el sol, que el sordo, desordenado, caprichoso y burdo llamado de la vida.
A callar se(h)a dicho.

domingo, 25 de abril de 2010

Not before.


He llorado frente a un perro al confundirlo con un dios. Me he servido un vaso del agua. Me fumó lo esfumado mientras el cigarro me fumaba y la vida se esfumaba. Mojé al mar, con orín procreado por litros de cebada. Quemé al sol con una luciérnaga. La luna me aulló como una puta enojada.
Perdí, gané. Me gustó sentarme en una banqueta, tanto como en un asiento de piel, en primera clase en un vuelo sin escalas. Mordí piedras tan grandes como Australia y tan pequeñas como un frijol.
Supe. Supuse. Al final daba lo mismo, sólo en las manos cabía sentir. Ahora podré ponerme de pie en un segundo, siempre y cuando la caída sea definitiva. 
Antes no.

No fue un bálsamo. Ni un placebo. Tenía un rostro oval. Sus palabras salpicaban saliva. Chocábamos los vasos una y otra vez buscando la mezcla perfecta entre un Buchanans 12 y un Etiqueta negra. Era una mujer desconocida y yo era un trago a medio beber, en una mesa tan larga, que no podía caber más que en un agujero. 
Ahí estábamos. 
No había nada que ganar. Nunca hay nada que ganar. Si lo ves bien, tampoco estaba del todo perdido, simplemente no estaba. No había nada, como siempre. Sólo la noche que se fue detrás del hielo.

sábado, 24 de abril de 2010

Algún día diré lo que eres. Lo que no eres está demás. Lo ven los otros. Los ciegos. Los sin palabra. Esta noche, ya sin ti, o siempre si ti, tuve el presentimiento de que la nostalgia también es futuro. De que el tiempo no será, tu pesada sombra arrastrando una condena. La nostalgia será un sueño arrancado de una planta silvestre. Cosas idas. Cosas que no fueron. Cosas que no sabrás. Cosas que son costras.
Mentiras dulcificadas en el café.

jueves, 22 de abril de 2010

Hoy


La poética del árbol: el caer de sus hojas. La del río: la erosión de la roca. La del viento: tallar el risco. La del mar: ser inquietud. La de la noche: desmontar la luz. La del sol: el ocaso. La del silencio: su invisibilidad. La del ave: la ingravidez.
La de este cigarro, es ser vestigio de una mancha. Dedos sueltos. Humo y el otoño. Cada hoja desprendida llora un pájaro. Ni luz, ni oscuridad, la tarde es un declive incoloro; cielo congelado. Un espresso doble, otra inhalación. Luces que comienzan a tintinear;  una tarde sin fondo, de cualquier día que nace de la nada y se estira hasta el hoy.

miércoles, 21 de abril de 2010

Ya está pasando

Le pondré al futuro un botón de auxilio. Un letrero que diga “salida de emergencia”. Poblaré lo que es vacío e innecesario, para que mi necesidad y vacío tengan nacionalidad.
Me resulta indispensable bajar al tiempo de la copa del árbol. El muy cobarde se oculta de mi rifle.
Voy a quitarle a la colmena su necedad de ser una y un millar al mismo tiempo. No son tiempos de jugar a la unidad desde la dispersión y la abeja lo ignora y es tiempo y vida y lo que ya está pasando, incluso, antes de suceder. 

martes, 20 de abril de 2010

Ciclo.


No amanecí. Mi cuerpo que es un bruto se levantó por sí mismo de la cama. Caminó seis pasos,  abrió el grifo de la llave y se metió a bañar. El agua caliente lo mantuvo tibio aún después de morir.
Luego todo fue confuso: la investidura humana; calzar el sinsentido; poner fruta en mi boca y masticar; beber apresuradamente una taza de café sin azúcar; parpadear, parpadear, parpadear.
Al salir, las calles y los sonidos se tragaban unos a otros. Toda es gente anodina trazando coordenadas efímeras; tropezando con destinos apenas erguidos; pasando sin saludarse, pues ¿cómo carajos hacerlo? La realidad se borra en el momento en que se imprime en la pupila, y le produce esa lesión, torpemente llamada recuerdo.
Pese a ello, hay un allá afuera que regresa contigo a casa. Que luego es sueño. Que después es nada. Es un aquí no. La estancia de lo fugaz y lo mínimo. Es regresar a donde te quedaste. Es quedarte en ti. Es ser en ti lo que no hallarás afuera.
Y volver dormir.  

lunes, 19 de abril de 2010

Buenas noches.


Estoy a la espalda del segundo pero ni siquiera hay tiempo. La imagen corre en una suerte de film que se repite una y otra vez. Es la imagen de un no sé. Es la figura esbelta de lo ido.  
En este anonimato no hay suspenso, sólo suspensión. Cruzo brazos y piernas. Dejo al ojo pelón tan abierto como un cofre. Saco la lengua y dejo en ella al pequeño y miserable dios de la píldora.
Mis nalgas son recalcitrantes en su empeño de posarse en esa silla del no ir. Sin embargo no piensan quedarse eternamente aquí. Los pies suben y bajan por esa resbaladilla improvisada en que se convierte el aire a esta deshora.
Basta este segundo. El que fue. El que ya dio la espalda, para saborear el significado exacto de la soledad. Y quedarme así. Igual que hace dos, tres o cinco milenios, esperando la estocada final del sedante; para que cerrar los ojos, tampoco sea mi voluntad, ni la de ustedes.
Buenas noches. 

domingo, 18 de abril de 2010

Homenaje a mi cigarro número un millón.

 Un desastre miniatura sucede mientras fumo. Por ejemplo, la noche se recrea en un lunar. En mi puño crece un buitre que bate alas esperando la muerte de la palabra. El humo se transforma en una parvada dispersa que busca asilo en el foco. Las letras se canibalizan frente a un adjetivo conveniente a su hambre.
Pronto olvido los pellizcos fríos del güisqui. Inhalo otra vez. La pequeña fogata del cigarro responde. So ojo de cien hormigas pestañea. Es el placer de no ser lo que me lleva a regresarlo de mis pulmones al aire. Es el placer de saber que obro mi desaparición. Mi propio dogma de polvo y cenizas.
Algo que al final, ni es desastroso ni trágico, sino estúpidamente predecible como el cáncer. 

sábado, 17 de abril de 2010

Vivo.


Me pondré triste cuando terminé ese libro de Cohen. O si olvido dejar a Bach oculto en mi  badajo. Antes que eso suceda, quizá me quede contemplando de reojo a mi cadáver, y diga algo así como “ya no es mío, te lo presto”.
También puede ser que componga mi forma de caminar, pero mis pensamientos seguirán cojeando. El chiste es no encallar en esa lonja de arena que se forma en torno al alma. Tampoco salvarme. A lo mucho aspiro a no sentir.
Claro, siempre y cuando siga vivo.

Pd. Gracias a los más de cien tuiteros que se solidarizaron con la hackeada de mi cuenta. Abrazo a todos y todas. 

Dis_curso.

La no ciudad discurriendo. La no noche acampando. El no vaso servido. La no llaga supurando. La no nota intocada. Los no perros que no orinan en las no esquinas. Los sí humanos inhumanizándolo todo. Los siniestros mancos. Los sifilíticos con sueños genitales. Los sibaritas del vómito. Los sintonizados por ondas lejanas. Los cielos negros. Los quizá, tal vez. Los que pudieron y perdieron. Ésta y aquella. Los otros. No. Si. Sí. No. El sino. Lo demás. 
Tierra: viejo cigoto de la vía láctea. Aquí no estás. Allá tampoco. La quietud y su verso. Otro no. Otro sí. Todo no fue. Es.
Acumulo una sensación neutral. El no beso. Anhelo. El sí varado. Más muros. Menos manos. Esto. No. Será. 
Esto no es negación. Ni afirmación. 
Signo en bruto. 

viernes, 16 de abril de 2010

Si

Tienen razón. No digo nada. Mis textos no llegan ni a una tierna composición de una obra. Todo son fragmentos; partes pegadas así nomás, por que sí. Hoy, por ejemplo, quisiera hablar de la risa. Pero tengo caries. Quisiera decir que mi boca se abrió tantas veces para celebrar la casualidad, el absurdo y la nada y no puedo. Al menos intento escribirlo como algo que sea creíble. Sólo tengo palabras que pongo en un pequeño horizonte blanco. Un relleno que no colmará de significados la insignificancia de todo. Tengo estas nadas intentando significar -en una época que ya trascendió la significancia por otras cosas. No tengo modo de traducir los güisquis, los abrazos, ni el modo secreto que a veces tiene el mundo para decirme aquí estás, eres. 
Sólo estas palabras, esta imperfección que ante mí, luce a veces sensata, pero siempre verdadera. 
Sí. 

miércoles, 14 de abril de 2010

Un ron.

La noche no tiene historia. Es un cigoto apenas aferrado al útero. Es Aretha, es Amy, es Nina. Son esas voces en la voz. Las otras. Siempre otras. Veces y voces. Nada que un ron no pueda arreglar. Un trago en seco para dejar que las rocas sigan en el risco y queden ahí, como el eco, martillando la nada. 
Esta noche sin historia oí decir que el tiempo pasa. Cierto. Pero nadie dijo que no sigue un curso. Justo cuando escuché fly me to de moon, pensé, fly me to de room. Pero no había nadie. Había nada, en seco, of course. 
De ahí que llegue aquí. A mi aquí tan no where. A este punto que me parece una orilla de falda larga. Tome asiento y retome una de tantas listas-tontas de música, que le dan a la historia sonidos. 
Tonos que duermen al eco sin sedante. 

martes, 13 de abril de 2010

ἐποχή

Sexto Empírico no está para decirles ἐποχή. Tampoco está Husserl para verificar fenomenológicamente esto que pasa y no pasa. Ustedes no escuchan ese piano hondo y doloroso de Chopin. 
Ustedes no beben por octava noche consecutiva de un vaso infectado. No fuman en silencio. No se desprenden de si mismos. No están desapareciendo bajo capas eléctricas. No se expanden, ni se contraen. No acallan el mundo. 
¿Quién es ese ustedes, ese allá afuera, ese cristal que de romperse comunicaría el no mundo en su entraña peculiar? Los borradores de la bruma prosperan. El ansia amaina. Un cortejo de ausencias ocurre. Me quedo en el rincón más cómodo. 
Hago una Epojé, de esas que requieren más humo y noche. 

lunes, 12 de abril de 2010

Perfect day

Tuve que escuchar Perfect day de Lou Red para regresar mi resto de vida a su lugar de origen en una escama de mi cerebro. Cuatro minutos eternizados en un claustro sin ventanas. Cuatro minutos donde callé para atestiguar que la existencia es un robot irreparable.
No sé si sentarme o caer por oficio. La costumbre de besar el suelo me proviene de pensar que ahí está el cielo. Yo no sabía matar con palabras, sólo he querido dar vida con ellas.  Pero la muerte y la vida de la palabra no es más asunto mío. El signo me carcomió. La imagen me sorbió de golpe. Los paisajes sucumbieron en un ocaso imprevisto.
He muerto y vivido en lo escrito y en lo leído: deletreándolo, subrayándolo, poniéndole una mancha amarilla con marcatextos. Lo vivido fue y ha sido como un arma descargada. Sólo servía para infundirle temor al presente, nunca para amenazarlo de muerte.  
¿Sentir o no sentir? Explicarme es cosa de caníbales que quieren a toda costa morderse. Es ponerme un chaleco antibalas en época de paz. Mejor  sigo  callando, mientras se agotan los minutos y Lou Red parece resignarse diciendo: You're Going To Reap Just What You Sow.
O no hacer nada, y seguir con mi edema espiritual cumpliendo su misión, al tiempo en que la vida me da un tiro por la espalda.
Fucking perfect day.

domingo, 11 de abril de 2010

Billie Holyday. Ahí nomás.

Nada más muerto que una semilla en mi bolsillo. Iba a ser un árbol o quizá una canción. Otras cosas pasarán debajo de las mismas que ya conocemos: rostros y rastros; cuerpos sin cuerpo; cuchillos ensayando en la mantequilla la forma de no hacer daño, sólo un corte.
La muerte respira al recordar la vida que no tuvo. La muerte se acumula y derrama y eventualmente dejará todo como estaba. Jamás habrá un orden o un desorden para clasificar los viejos archivos olvidados; aquellos donde no imaginabas que ibas a cruzar la fila de espera; aquellos donde te viste en la otra orilla de un río; aquellos que en silencio ya eran futuro.
Saco la mano del bolsillo. Tiro la semilla. Por última vez le digo: no serás árbol, ni canción, ni cielo.
Billie Holyday lo entiende. Gloomy sunday.

sábado, 10 de abril de 2010

1999

Tenía un silencio elástico. Usaba un foco de luz amarilla que pintaba de hepatitis mi habitación. Entonces vivía en lugar perfumado con huele de noche y tenía un gato. Colgaba de la pared un marco vacío para que lo habitara el moho. 
Nada era mío. Nada era de nadie. 
Recuerdo una tarde que llovía. El agua espantaba a la gente. Yo miraba debajo de un árbol al futuro ahogándose en la desesperación de un insecto que había caído en un charco. Luego el calor, el calar de esa nada sudorípara insaciable. En ese entonces había tanto que pensar, que escribir, que concursar, que trabajar, que agendar, que coger, que dañar. 
La alarma del sueño se encendía y era como un gemido de la nada. El viento se recargaba en todo, con todo y su rama siempre seca. 
Eran otros tiempos y yo estaba ahí. O quizá ahí me quedé.
1999.

sobre mi calle y barrio



Esa es mi calle. Me recuerda a Grecia sólo por llamarse Atenas. Me recuerda la única parte digna de la vida por los Pinos, Laureles de la India, Ficus, Bugambilias, Jacarandas y primaveras que están por todas partes. Es una calle discreta que se une al silencio para dotarme de los más entrañables soliloquios. De noche, es el jardín perfecto para desaparecer entre sombras; para confundirse entre el susurro de las hojas y la melodía de una soledad urbana envidiable.
Cerca de mi calle están mis secretos. Por ejemplo, el lugar donde bebo té. Un rincón entre muchos que abundan sobre la calle Libertad, ese delicioso tejido urbano lleno de casonas y cafeterías. 
Esta de abajo es una de ellas. No es la más hermosa, pero es la que me recuerda lo perdido y por tanto lo imposible y como tal, la nostalgia. 

Y cuando todo está perdido, yendo al oriente con mis gerundios, me refugio entre estos dos insectos arquitectónicos. El templo del Expiatorio con su gótico tardío, donde se me van algunas tardes en contemplar su oscuridad interior. Allá adentro, un órgano monumental suena en las tardes algunas notas de Bach. A un costado, el Museo de las Artes. Un lugar que eventualmente acoge magnificas exposiciones.
Ahí les dejo esa Jacaranda. 

jueves, 8 de abril de 2010

Manifiesto número 36


Ser un anciano de treinta y seis años tiene lo suyo. La fe se jubiló. El alma no vale un quinto y tu resto de espíritu lo empleas en maquinar una forma sublime, pero discreta y constante, de desaparición. 
Los ancianos de mi edad hemos recorrido el mundo a grandes zancadas. Concientes de que la memoria es nada y la vida menos, acudimos la instante para salvarnos de la levedad y sus miserias.
Nada nos queda, nada llevamos, nada queremos. Estamos y es ganancia, al menos, para el vendedor de lotes del cementerio.
Llevamos a cuestas cada uno de los años del hombre. Somos más que dos milenios, somos la imposibilidad de cuantificar la mole de absurdos que el tiempo acumula en esa tarabilla perniciosa, también llamada historia.
No tenemos otro arte que atestiguar desde la piel el deterioro del mundo; escuchamos ideas demacradas a las que el maquillaje ya no pudo salvar de una vejez indigna.
Somos los no hombres. Somos la rendija obnubilada por donde el sol neciamente trata de ingresar con su farsa y tétrica iluminación. El mundo no nos reconoce porque parecemos nuevos. La novatada consiste en consignar a ultranza la estafa de la existencia. No nos perdonan no reírnos más que de ironía. Y que la carcajada que tosemos se escuche como lamento.
Somos esto que no ves, en tu envés, al revés y todavía te lo crees. 

América no.


Fue Nueva York, dos veces. Una de jazz y la otra de verano. Yo era un diamante en bruto y ellas pertenecían a mi idea de volar. Entonces la ciudad se desplomaba, como ahora, hacia arriba. Y el Central Park y el meat pack district contaron historias distintas. Una de cal y la otra también.
Yo había sido Buenos Aires, una, dos, tres veces. Otro verano, para muchos frío. Tan Palermo y Belgrano. Tan los barrios. En épocas donde el llanto era un aviso de ocasión y donde las lágrimas se vertían como lluvias estacionales. Luego fui invierno, en un verano que no viví y luego otra vez otro verano que empapó mi idea de sudor y mosquitos. Otros llantos llegaron como llantas por la calle. Una madrugada de linaje largo y ecos del Cocodrilo. Con no sé quién y no sé cómo, pero reímos o creímos reír bajo el rencor oculto que crece al olvido.
Y así seguí. Fui Sao Paulo entre ruinas que tenían tatuada la miseria humana. Fue Floreanópolis y Garopaba. Fui Colonia detrás del río café y también Montevideo y una librería. Fui Santiago con un Neruda insólitamente solitario en mis venas. Fui Viña del Mar y ese diente cuneiforme que muerde la costa del pacífico. Fui Valparaíso detrás de cada perro callejero que husmeaba en el mercado. Fui el recuerdo. Fue en América. 

martes, 6 de abril de 2010

Respirar


He estado ahí, donde la curva se hace recta. Girando con animales de esta parte del circo. La vuelta es un regreso de lluvias secas. Más que un círculo, una hipnósis progresiva donde la percepción se vuelve un interregno. Donde no estamos, debe estar aquello para la cual existimos.
Por ejemplo, el rinoceronte alegre que lleva en el cuerno la promesa de destriparnos. El elefante y su existencia glútea monumental, dispuesta a aplastarnos. El caballo y el diente que jamás revisaremos. La baba de los niños y las lonjas flotantes del sabio. 
Toda la infantil pirotécnia de quemarnos adentro pero sin ardor. De arder bajo la combustión vulgar de un camello. De girar y girar sin otro atributo que emprender un viaje a la náusea y el vómito. 
De eso se trata respirar, de eso se trata este respiro. 

el viejo "yo"


El viejo “yo” tiene un nuevo tú para despistar al nosotros. Y es que ellos son los culpables, siempre. Ellos y el ellos, por no hablar de ustedes que son un uno acumulado pacientemente en la azarosa hazaña de reunirse y pasar inconsecuentemente por el mundo. El uno y lo múltiple pertenecen al kilo de arroz. Al montón de habas apiladas caóticamente en un tazón. Lo uno y lo múltiple se consienten con esas manitas de plástico que se usan para rascarse la espalda cuando nomás no se alcanza a llegar al epicentro de la comezón. El tema es que usted y aquel, no son ese; y ese, el muy necio ha fijado la vista en aquella. Aquella no lo sabrá, porque está otra. La otra, que no es ella, en su propia alteridad afirma su estar no sin antes advertirnos que su situación es delicada. Así las cosas todos y ninguno se marchan y quedan aquí, perfectamente descritos por su dulce ausencia.
Mientras tanto, he ahí mi nuevo corte de pelo.

domingo, 4 de abril de 2010

Este segundo...

Este segundo es la capital del tiempo. Capital inútil. Agujero lento. Mientras sucede puedes inflar medio globo si es que la neumonía y el enfisema pulmonar te lo permiten. Basta un segundo para dibujar en tu mente un arpón y otro para ver el objetivo. Con el segundo acuestas no tendrás que pensar en el primero, ni el principio.
Es éste y es hueco: brevísima cofradía que se desintegra. 
Un segundo se va del rostro en forma de nada. Hay que fragmentarlo en nanosegundos para decantar y degustar su malevolo néctar de migración callada hacia el no where. Se asegunda como se anuda el calamar. Se metamorfea en otro y sigue él. Se paraliza a mitad de una neurona que quizá morirá mañana tras el primer trago de güisqui. Podrá amotinarse siempre y cuando lo ates al aroma de una mujer abierta ante ti. 
Se pulverizará si lo contemplas como a un pez en su diminuta pecera transparente.
No será tiempo, será un modo lento de hundirte en ti mismo. Y quizá, si te lo permites, este segundo te servirá para decir: y a mí qué me importa. 

Calamaro, hoy no.

Calamaro abre el vórtice del tiempo y cierra el espacio. Yo le bajo el zipper a la memoria. No quiero sus senos blandos. Sus imágenes de ciruelos o cerezos fornicando alegremente con sus colores. Lo mejor es taparme los oídos y no permitir que llegue mensaje alguno -en esa suerte de compraventa que hay detrás de una sonrisa compasiva. 
Soy mis labios, justificados como la caja de un texto. Labios hechos para no desperdiciarse en mordidas, sino en blasfemias. Labios que vomitan y se parten. Labios que no cantarán "para no olvidar". Labios que en estos días quieren ser besados. Labios que a esta hora saben cerrarse y sólo se abren para fumar y decir adiós.
Calamaro, te quedaste con las ganas de chingarme. 

sábado, 3 de abril de 2010

insomnio

Insomne. Prófugo. Con la retina como un sello abierto. Habitante de nada. Hombre hundido en el hombre. Nombre que ya no tiene sentido. Vida ininterrumpida y falsa. Lápida que late y fuma. Toxina diletante de una ciudad que duerme. Entidad desparramada en la mesa, junto a las cucharas y un pan seco como el rostro de un mamut. 
Insomne ¿De aquí a dónde? Afuera hace frío. Veo la suela del cielo que pisa mi patio y quiero ser hormiga. No hay nada. Ni un mosco con pretensiones de Airbus sobrevuela el silencio y su larga pista de aterrizaje. Hombre aquí, y ahora es nunca. 
Si no duermo, lo único que cambiará es el tono de la nada. Llegará el sol y a falta de gallos el ruido de una motocicleta. 
Mis ojos de vidrio sabrán que no ha pasado nada. Aunque yo no siga aquí.

viernes, 2 de abril de 2010

Viernes Sancho.

Nadie murió por ti. Lo dice la serenata claro de luna con Beethoven muerto ahí adentro. Lo dice de manera redonda la rodaja de tomate que acabo de cortar. Lo dice cremosamente ése derivado de vaca que usaré para untar unas tostadas y ponerles jamón. Lo insinúa un moco. Lo presagia un ala de moca. Lo avisa un pedo.
Por los siglos de los siglos has cruzado hacia la condena como quien migra de un dolor a la estupidez. Culpado, culpable y culpabilizado por una institución que ha hecho de un muerto su modus sonriente de mantener cautivo un porcentaje de marranos. 
Hoy en vez de poner cala de culo cógete a tu mujer por el culo. Verás que la historia es distinta. Que si "Murió por ti" pues no vivas, no sueñes, no comas, no pienses. No se vaya a ofender.
Yo sigo con Beethoven. Y mis tostadas.

jueves, 1 de abril de 2010

Apuntes sobre un Bonsái.

Juraba que mi Bonsái no alcanzaría a ver el trozo de infinito que el cielo le tenía reservado. Se equivocaron quienes pensaron que su nariz no olería el olor del bronceador solar. Deseaba para él, un sol más libre que la bombilla de cuarenta watts bajo la cual imaginaba navegar en sus sueños urbanos. 
No era un planta, tanto como un corazón. Un amuleto de raíces envueltas en la microscopía. Un gigante de brazos cortos que buscaba abrazar el universo desdoblando cada hoja como un riel kilométrico. Un guardián de su propia tierra pródiga. Un ángel verde cuyas espadas doblaban el viento y apaciguaban la lluvia. 
Tampoco era pequeño. Pequeñas son aquellas cosas que muchas veces todos ven. No era una planta, tanto como un corazón acostumbrado a no crecer. Era un corazón reservado al infinito. Un infinito expandido y libre que tocaba ya su otra orilla con solo un sonrisa.