domingo, 18 de abril de 2010

Homenaje a mi cigarro número un millón.

 Un desastre miniatura sucede mientras fumo. Por ejemplo, la noche se recrea en un lunar. En mi puño crece un buitre que bate alas esperando la muerte de la palabra. El humo se transforma en una parvada dispersa que busca asilo en el foco. Las letras se canibalizan frente a un adjetivo conveniente a su hambre.
Pronto olvido los pellizcos fríos del güisqui. Inhalo otra vez. La pequeña fogata del cigarro responde. So ojo de cien hormigas pestañea. Es el placer de no ser lo que me lleva a regresarlo de mis pulmones al aire. Es el placer de saber que obro mi desaparición. Mi propio dogma de polvo y cenizas.
Algo que al final, ni es desastroso ni trágico, sino estúpidamente predecible como el cáncer. 

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