sábado, 25 de junio de 2011

Pues sí, soy un papá bien chingón y qué.


Con ustedes, Leo y yo en 2008, antes de irnos a la montaña a organizar la revolución de las hormigas.

jueves, 9 de junio de 2011

Mñeh.

Ya no nombres. La silla no se levantará de tu memoria, sus cuatro patas están fijas a un nervio telepático. Toca la mesa, tú y ella se entenderán. Observa la boca redonda de la taza; cerámica de avanzada, diseño único y función letal. Deja el cenicero en su lugar, el humo es libre; irá a donde le plazca. Pica las teclas del ordenador; tu compulsión no va a curarse; los signos llegan al litio, se agrupan y organizan de tal forma que su predicado prescinde de tus dedos. 
No hay amor en nada de esto. La vida no se fija que hoy decidiste untarle una emulsión especial. El tiempo se desentiende de tus horas. Tu neurosis no va a parar. Deja de nombrar. Sé el hombre que sana balbuceando. Sé la enfermedad que alivia todas las causas. 
Sé y olvida ser.

miércoles, 8 de junio de 2011

Mal de ojo.

No sé de dónde vino. Alzo la vista y pienso que el mundo no es un lugar del cual provino, es una extensión malsana y ambigua de la sed. Debe haber un punto desde el cual, mirar sea dejar que los ojos vuelvan cargados de lluvia o bien, desde el cual pueda averiguar de dónde vino. 
Me enferma no saber. Me enferma saber. Me enferma enfermar y sanar y volver a enfermar de nada. Vivo.
Alzo los ojos porque no quiera encontrar, quiero accidentarlos; que la raíz del párpado toque piedras; que la retina aplace su círculo; que la pupila respire. 
Que los ojos choquen, que se precipiten sobre eso, sobre ese algo, sobre la pelusa ingravida que el viento respira. Que sepan que nada vino por donde vino, ni siquiera la duda, ni siquiera ellos.

martes, 7 de junio de 2011

Ciclo.

La puerta me abre.
Se asoma por mis nudillos.
Da un paseo por el cementerio de la voz.
Se cierra.

El camino me recorre.
Entra por las uñas de mis pies.
Se bifurca a través de mis venas.
Llega al corazón.
Vuelve a salir.

La ventana me mira.
Mi paisaje interno está quieto.
Nada nuevo hay para ella.
Aves muertas, ríos secos, rocas.
Voltea a otro lado.

La muerte me vive.
Como a ti.
Como a todos.
Me arranca la ropa.
Me viola. Ríe. Calla.
Se marcha.

Se lleva consigo lo que ya tenía: nada.
La dejo llevarse lo que era suyo: todo.

lunes, 6 de junio de 2011

Ve.

Creo que comencé en una orilla de todo. Llámalo tiempo, bebe tu café y tómalo con calma. Alza la vista y constata: mi presencia atiende un hueco -uno sediento, miserable, que llegó a rastras para martillar un clavo que sobresalía en mis talones. 
Esa imagen -la mía en un hueco -es también un envés. No obstante, prefiero asumirme como una suerte de tendón a punto de mover el universo. Deja de lado el asunto de la palanca. Olvídate de Arquímedes. Un tendón al borde de la ruptura y un universo al que la idea del reposo lo ha desgastado. 
Bueno, heme ahí. No pierdas de vista la orilla: será tu nuevo hogar. Yo ya me moví. Ni el río que enjuaga el amanecer supo a dónde me fui. Quizá llegué al mar. Quizá me hundí. Quizá fui una idea atorada en la garganta de un Dios criminal.
Ve tu a saber. 
Pero ve.

domingo, 5 de junio de 2011

Algo sobre hilos, reptiles y heridas.

Tomé hilos que se volvieron serpientes -las manos reptan cuando acarician; el pensamiento se enrosca en el deseo; amar es renovar las escamas.

No hay ilusión que no exija una dosis de lodo y estiércol.
He ahí el por qué deshilo el vestido de las cicatrices y prefiero ver desnudas las heridas, bajo el sol, sobre la piedra.

En medio, en ese punto, o si se quiere, en ese instante, un no lugar crece y se desdobla.
Le llamaría nada, solamente para esbozar una totalidad cercana al aire y la bruma.

En esa esquirla de fragancias confusas habita lo otro.
Más que hilos, hebras, sogas, tendones, cuerdas que producen un sonido lamentable, una vibración inoportuna.

Mira qué lejos he llegado en esto.
Mira que apenas tomaba vuelo.
Mira que apenas eras el primer trazo que había zurcido de tu herida.

sábado, 4 de junio de 2011

Alleluia, sanctus, gloria.

Un lugar sin lugar. Arvo Pärt y las piezas disueltas de un algo. 
El exilio es un modo de viajar a lo inseguro, en un éxodo que no culmina después de llegar. 

Traslación. 
Columpio. 

Algunas palabras acuden a pensarme pero no son péndulos. 

Lo que quiero es hamacarme, 
retorcerme como una sábana que dos monstruos jalan y tuercen
hasta volverla un vórtice blanco.

Traje conmigo el tiempo suficiente para no mirar atrás. 
Voy a la valija y lo desdoblo. 
Se vuelve aire.
Gira.

Sentado en una silla está un León de costuras: soy yo.

Me veo
   me atravieso 
      me siento.

Soy un "eso de ahí".
Arvo Pärt me llama.
También me nombra.
El despojo tiene el nombre de aquello en lo que solemos girar.

Mírame, espiral, 
ya me elevo,
tu cola de ciempiés 
quedó atorada en la punta de un silencio.

Alleluia, sanctus, gloria.

jueves, 2 de junio de 2011

Minuto dos.


Amanecimos bajo tu puerta y de inmediato nos volvimos humo. Fuimos por la calle. La llovizna había dejado el asfalto vestido de soga. Tú ibas adelante. Yo te seguía. Entonces, ninguno sabía nada de la noche.
Nuestra propia noche nos seguía: guardaespaldas felino. Rumor. Gota de otra sal.
Hablábamos de esas cosas que son como hielos o cristales rotos. Decíamos cosas necesarias. Cosas que servían para abatir a palos la sombra que se cernía en una muralla.
Dos desconocidos, enfilados a comprar víveres cuando el hambre que teníamos estaba en la boca de la fe. Simulamos sabores: güisqui, prosciutto, aceitunas rellenas de queso azul, clamato con cerveza, queso de cabra con arándanos y otro más de cebollín. Pan árabe tostado.
Regresamos. Entré a tu reino. Mis ojos abiertos encontraron a tus ojos cerrados. Una casa, un espacio, nuevos. Caminé, pregunté por Hermes. Me serví un güisqui. Nos sentamos a la mesa y la noche se quedó en la puerta.
Comenzamos un viaje que inició en el minuto dos.

miércoles, 1 de junio de 2011

Fulana y la boca del lobo


Recuerdo que más de alguna vez nos quedábamos contemplando nuestras bocas con indignación. Fulana mordía su labio inferior. Yo levantaba el superior intentando hacer una mueca que sintetizara mi enojo con el mundo. Sentíamos que la boca ya no era una fuente de esperanza, sino un tobogán diseñado para repetir sentencias, un breve abismo reproductor de palabras, un animal rumiante de comida y frases ordinarias. 
Nuestras bocas se estaban volviendo un muñón en la cara, pero luego de la tempestad llegaba el beso y el susurro; a veces, un gemido bastaba para que los labios volvieran a ser una boca humana y desterrara por momentos, la boca del lobo.