jueves, 2 de junio de 2011

Minuto dos.


Amanecimos bajo tu puerta y de inmediato nos volvimos humo. Fuimos por la calle. La llovizna había dejado el asfalto vestido de soga. Tú ibas adelante. Yo te seguía. Entonces, ninguno sabía nada de la noche.
Nuestra propia noche nos seguía: guardaespaldas felino. Rumor. Gota de otra sal.
Hablábamos de esas cosas que son como hielos o cristales rotos. Decíamos cosas necesarias. Cosas que servían para abatir a palos la sombra que se cernía en una muralla.
Dos desconocidos, enfilados a comprar víveres cuando el hambre que teníamos estaba en la boca de la fe. Simulamos sabores: güisqui, prosciutto, aceitunas rellenas de queso azul, clamato con cerveza, queso de cabra con arándanos y otro más de cebollín. Pan árabe tostado.
Regresamos. Entré a tu reino. Mis ojos abiertos encontraron a tus ojos cerrados. Una casa, un espacio, nuevos. Caminé, pregunté por Hermes. Me serví un güisqui. Nos sentamos a la mesa y la noche se quedó en la puerta.
Comenzamos un viaje que inició en el minuto dos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En el siguiente mundo nos convertimos en fantasmas. Éramos los mismos pese al dolor. Ya no había sufrimiento, ya no había distancia alguna. El tiempo no se reflejaba en el ceño. Almas sanas de rencor, cuerpos nuevos libres de culpa. Dos rostros nuevos llenos de paz. Fue entonces cuando decidí buscarme en tu mirada. Me tomaste de la mano. Ya no había miedo.Al acercarme comprendí que tus ojos eran dos ventanas. Esas que tanto había buscado en los otros mundos sin efecto. Intenté asomarme para ver de nuevo el mundo, pero me extravié en tu boca.