domingo, 3 de abril de 2011

A mí me verán morir todas las veces.

I
Cruzaron miradas y hacerlo fue como desdoblar pergaminos, evidenciar cicatrices, desnudar signos, anudar los ojos. Aquellas soledades dejaron de ser circunstanciales; ahora, incidentales, voltearon a verse en la coincidencia. 
II
No hubo predestinación, hubo encuentro. Tiempo y espacio amanece como un vórtice que desciende del aire, baja por la montaña, llega al árbol y traspasa la tierra hasta volverse raíz. Al fondo, en lo más silente, corren aguas que persiguen a la sed. Un río profundo, insondable se vuelve manantial cuando es bebido. En tanto, es flujo secreto, inercia.
III
Fuimos, somos y seremos continuidad del polvo. Esencia surgida de la desmemoria. Presencia que testifica el retorno de lo mismo. Una vuelta más de la espiral que crece en dos puntas. Ausencia de voluntad, despliegue casual, multiplicado en millones de coordenadas. 
IV
La sospecha de que el miedo nos desplaza, nos saca de nosotros mismos, de que se incuba largo tiempo y brota súbitamente para golpear el corazón hasta matarlo, nos ha vuelto una miniatura gris. Una filosa pero oculta estalactita por donde gotea la vida.
V
Y todo por una estupidez: evadir el dolor, cuando el dolor no es lo que nos pudre, sino la esclavitud hedonista de creer que la felicidad es un cerrojo, un espejo, una costumbre y una técnica de salvación personal.
VI
A mí, me verán morir todas las veces.

1 comentario:

Paloma Zubieta López dijo...

Me gustó, mucho. La esencia en los detalles, en el hilvanar emociones, en lo que se dice y lo que se omite. En definitiva, un texto así se saborea hasta el punto final y se queda una con ganas de más.