Quizá
sé llegar a donde no me esperan. Un piso y lo que prolonga: las memorias del
asfalto, las aves caídas, los bosques talados y los barcos hundidos que como
pesadillas trepaban el muro de tus días. Oblicuos, sedientos, corren
los designios. Un segundo es un aroma de crema en mis dedos. Otro más viene del
café –que de seguro despertó un milenio antes que nosotros. Hay manzanas en el
refrigerador y un libro de Andrzejewski sobre la mesa. Tus cigarros aman mi
boca. El humo da saltos en mis labios. Quedan cuatro. Queda Arvo Pärt. Queda
esta isla color uva, su juego de ruidos tras la ventana. Quedo yo en la silla
de al lado, digno náufrago.
Encuentro
todo esto familiar ¿será el contrabajo, el caballete con tu autorretrato
detenido desde la última vez, el gato que domina el paisaje?
Intentaré
definirlo toda vez que pruebe el siguiente café.
Con tu
permiso. Estoy en casa.
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