Aún en lo invisible, siempre queda un halo. Algo que el viento, algo que la sombra. Vuelves ahí, al lugar hundido, a la garganta termodinámica que preserva la memoria lívida de una cadencia [gato ensimismado, felino que talla su silueta en todos los bordes, animal cortejado]; vuelves porque has recuperado la inclemencia de un comienzo; hilas y deshilas hebras que tejen lentamente el nombre, el cuerpo, la cálida costumbre de sucumbir sin quebranto. Habitas, respiras, palpas. Lo visible sigue ahí, incorporado al rictus exangüe de las cosas. Te sientas y piensas que nada podría estar mejor.
La amable explosión esta
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La lenta, casi imperceptible marcha de todo continúa en sus revoluciones y
sus inescapables giros. No hay manera de saber cómo, pero es ineludible el
he...
Hace 2 años
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