sábado, 24 de septiembre de 2011

Antes del tiempo


I
Antes de que las uñas aprendieran a morder  los relojes, echó por la ventana el tiempo. Segundos antes o quizá años después, ella volvió por donde no sé fue. La memoria o un lugar igual de oscuro. Una ciudad sin memoria pero llena de ruido. Un mundo con las piernas estiradas, luego de bailar sin parar sobre la fragilidad de una pista de miradas.

II

Toda historia debe ser nombrada como una suerte de admonición. También debe incluir cierta bruma, un talón duro como umbral, un poder invisible pero persistente que le permita caminar sin llegar a ningún lado –se sabe, el desplazamiento es lo que suaviza el camino.  Debe considerar andanzas, juegos de abolición y supresión métrica. O un quizá.

III

Antes del tiempo no había pronombres. Antes de los pronombres la piel se comportaba como una retícula anestesiada. Dicen que en la boca de un lobo se incubaban los designios que habrían de conformar ese racimo purulento del soy, del eres, del son, del somos. Y también del fueron. No importa a dónde van: ya fueron. No importa a dónde fueron: ahí van. Eso o el tiempo, los signos, los conjuros. Eso o el lobo que vomitaba hasta que su vientre se secó. Eso o los nombres y los pronombres reflejados antes del tiempo y de la historia.

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