La
puerta no sabe si abre o cierra. Está a merced de una bisagra, idéntica por
donde la veas. Algunos pensamos que, de manera momentánea, le da forma a una
intención. Otros han dicho que su labor fundamental es sostener un edificio,
llámele casa, oficina, comercio: eso no cambia nada.
La
puerta carece de atmósfera: quita el peso, es vaivén, antesala a la caída o al
despegue. La perilla, que también es su ojo, imita una circunvalación que no
logra cerrar del todo la elipsis ¿tránsito, desplazamiento, condición de
umbral? De nada sirve saberlo si de antemano no sabes si llegas o te vas.
Cuando
el corazón se vuelve una puerta, el resto de sentidos se bloquea; el cuerpo es
una fortaleza hermética y se requiere el golpe de un tren para penetrar más
allá de lo evidente, al punto exacto donde la vida está encerrada. Quizá no por
mucho. Quizá solo falte que el tiempo y su llave maestra destraben el cerrojo. Quizá,
ni siquiera valga la pena saberlo.
Toda
vez que uno mismo es puerta, cruzan por tu existencia los más extraños
vestigios de la muerte. Y tú no sabes si llegan o se van.
2 comentarios:
Excelentes textos Frank, saludos.
Definitivamente este blog debería cambiarse en libro.
Textos estupendos!!!
Saludos
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