jueves, 15 de octubre de 2009

Ocho vuelos

  1. Cuando la vanidad deja de ser un ejercicio secreto se convierte en patetismo.
  2. Un hombre amargado debe saber si su amargura es superficial o radical. En el primer caso se trata de una persona irritada por el choque frontal de su existencia con los detritos de otra; en el segundo, de la plena certeza de que los detritos son tan sólo un disfraz que distrae a la razón de la verdadera causa de amargura. A saber: la condición humana. Frente a ello, he obviado toda discusión que no sea radical, que no vaya a las causas profundas y ulteriores de por qué, el ser humano es un fenómeno deleznable. Ergo soy un amargado genuino.
  3. Detectar el pathos del otro es el remedio más eficaz contra el homicidio. Detectar el propio, es una pérdida de tiempo.
  4. Los adjetivos que empleamos son un adorno que nos aleja de la objetividad; así como los superlativos son dignos de espíritus rencorosos, los malos adjetivos son sinónimo de una vida castrada.
  5. La fantasía, antes que otra cosa es verbal, un enfisema del lenguaje que termina por destruir el llano tejido de la realidad.
  6. ¿Destino manifiesto? Supresión aceptada.
  7. Amo la soberbia. El hecho de que sea un pecado capital la torna mística. Sin embargo para ejercerla hay que merecerla; Nietzsche se creyó el cuento de su aristocracia cuando en el fondo lo único que hacía era aliviar su dolor de ser un lisiado, su imposibilidad de amar, su incapacidad de vivir sin analgésicos.
  8. Cuando una filosofía surge del insomnio, del dolor de cabeza o huesos, estamos ante un llamado al ortopedista, jamás ante el vuelo de un ave.

1 comentario:

Adrián Naranjo dijo...

Regio che, estás genuinamente grande.
Heavy weight.
Abrazo.