sábado, 10 de octubre de 2009

la ciudad desalmada

Las azoteas tienen el coraje de mirar de frente al infinito. Las ventanas eluden el sueño y permanecen eternamente en vigilia. En cualquier banqueta se conjura la torcedura de un tobillo descuidado. Las esquinas son tajos de venas cercenadas por el viento. No hay mejor isla que un camellon izando su bandera a los náufragos del mar motorizado. Los árboles enloquecen bajo la lluvia; dejan de ser ofrendas y se tornan victimarios; olvidan el temor de ser talados y refriegan su violencia a brazos abiertos.

La ciudad no tiene hijos, tiene ampollas brotándole en el cuerpo; tiene un rencor de puerta cerrada, un odio secreto. La muchedumbre es un racimo de piedras arrojado sobre el asfalto sin otro propósito que pulverizarse lentamente. La ciudad recicla su sangre, inyecta su rencor con una jeringa sigilosa; secreta su bilis, expele un virus; se cura de la enfermedad llamada hombre bajo la medicina del azar.

La ciudad es el parto inacabado del delirio humano. Una violación sin final.

1 comentario:

Adrián Naranjo dijo...

Y bueno, claro esa es otra manera de verla.
Aunque no me guste petiforro, si me gusta.
Abrazo.