martes, 29 de septiembre de 2009

testimonio...

De golpe me hice viejo: un harapo colgando penosamente del perchero de la vida. Bastó una dentellada de tiempo para que la jauría divina devorara la eternidad que babeaba en mi boca. Desde siempre tuve los días contados en la calculadora íntima de la fe. Ni un paso adelante, ni uno atrás; siempre sobre la raya de una cicatriz que corría sin guía hacia la aurora. Sostenido por la terca persistencia de la biología, acumulé segundos fuera de las manecillas: tiempo gastado en la corrupción corporal, en la disminución de las funciones motoras, en el desgaste de las articulaciones, en el colonización blanquecina del pelo y la fascinación de la grasa por persistir en mi vientre. Pude llamarme hombre. Pude contener hasta la náusea un nombre. Pude guarecerme en la insana vanidad del saber. Pude fragmentarme en cada trozo de necesidad que el mundo dispuso como manjar compasivo cuando en realidad tornaba mi alma un residuo más de la era. Pude diseminar mi canto fúnebre bajo la certeza, no sólo de su inutilidad primaria, sino también de la ingenuidad del decir. Pude no ser. Pude desistir. Pero siempre pude más la comezón urticante de existir.

2 comentarios:

Petite dijo...

jajajajaja. wow.

Adrián Naranjo dijo...

Que te parece? Hasta Tania se dió el tiempo de apreciar esta barbaridad.
Estás increiblemente filoso petiforro.
Abrazo cuidadoso.