miércoles, 30 de septiembre de 2009

El tunel del tiempo...

El tiempo es un espía que viene a curvar el sol y desdoblar la luna, en una sucesión aciaga de luz y sombra que termina por volver la vida una interrupción dócilmente aceptada. Se asoma a través de las rendijas pequeñas de un segundero imaginario, pero implacable y letal.

Es un pegamento que atrapa todo en una adherencia intoxicante y contradictoria que dicta el destiempo, el contratiempo, la prisa y la lentitud, la sincronía, la diacronía o la anacronía sin una pizca de arrepentimiento; en pocas palabras: la imposibilidad de coincidir más allá de la apariencia, de la aparición y sus simulacros de estar.

Es un diablo mimetizado que no descansará hasta quemar la última de las partículas del mundo. Por desesperación dejamos que nos envuelva y tome el control de las cosas. Es ahí cuando deja el (οντος) ontos (ser-estar) y se transforma en (φαινόμενoν) fenómeno (apariencia). Nos lleva de la existencia a la medida, de la sensación al cronómetro y de ahí a la ausencia.

El tiempo es casi cualquier cosa menos una unidad: es el desastre, el caos, la tensión y la ruptura. Producto de su relación forzada, tiempo y conciencia engendran angustia y desesperación.

En cierto sentido, en eso consiste su poesía y su belleza, en transformar a los seres humanos en seres vivos.

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