jueves, 18 de noviembre de 2010

A unas horas del mar, ya soy ola.

Iré al mar a detener el tiempo. Me sentaré por horas hasta que nuestras incógnitas se encuentren y espumen. No hay mar que por ola no venga. Y el viento, ese canalla idealizado, cumplirá el siseo brutal de hacerme girar adentro de un aroma que no existe más. 
Quizá me sienta perdido. La inmensidad es un trascabo de lo eterno. Zanja, hunde, canaliza de dentro hacia afuera sus orillas en las nuestras. Le pondré nombres, cuerpos, rostros. Lo haré pensar mientras rompe y sacude una franja de arena y pies desnudos. No soy tan terco como para no mirarme en él. Para no entender que no es uno, sino muchos mares. Que no es agua, sino un coctel imbebible.
Yo te habría llevado conmigo a ese mar. Te habría desnudado de noche. Te habría besado y lamido tan hondo hasta volverme tu propia sal. Ese mar y éste otro (la palabra) me contemplarán sin ti. Quizá digan: "He ahí la orilla de un hombre, la ola de un hombre y el mundo de un hombre inundando las horas". 
Quizá no. 

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