miércoles, 10 de noviembre de 2010

He ahí que la casualidad no te hace casual, ni causal.


El concepto “casualidad” es demasiado deliberado como para haberlo visto atándose las cintas en el parque. Ahí estaba el árbol, pero no vamos a hablar de ello, dado que sería muy formal y lo de uno es casual (no confundir con vestimenta).
En cambio el causalismo es otra cosa. Uno se ata las cintas porque no quiere que la casualidad le ande por el parque. Toma en sus propias manos el calzado y ahí está el nudo. Luego de ello comienza a andar. La vida se apersona y te sigue, es una espía profesional. Tu te escondes, no estás para esos largos silencios de nicotina y alquitrán. Quieres un poco de disturbio para franquear la indigestión emocional. Te han jodido. Te han obviado. Te han reducido a la mínima expresión. Lo nimio y tú, ya ni se saludan. Como para qué.
Y mira cómo es la vida, que se arma y desarma tras las coincidencias. La misma vida que da y quita. La misma que de una u otra forma te devuelve al camino, pasa, llega, queda y te queda bien.
Te la pones y vas al parque. No sin antes verificar que tus cintas estén bien amarradas. No vayas a darte un putazo.

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