Siempre en el reflejo, imaginando que ese ojo le pertenece a la mosca del instante, que, vuela en giros de tiempo, manecilla negra y mínima. Pensar las cosas, he ahí el imperativo: ese ahí, posterior a toda muerte, también es anterior a toda vida. No decir tanto, esbozar, medir. Permitir que la hoja caiga, que los sucedáneos fluyan a toda velocidad en la imperfección. Organizar la vida en torno a sus fragmentos. Nunca es la misma y siempre es la misma. Insistir en el cansancio, el agotamiento provocado por tanta indolencia.
Abrir la ventana y sanear el corazón. Está muriendo, está volviendo sobre sí, traza ya una prospectiva: espacio tiempo; abandona toda retrospectiva: se extingue la transversal; no quiere más el instante ensanchado en la indiferencia: esa línea recta al olvido.
Siempre en el reflejo, imaginando que ese ojo le perteneció a un sueño y que te sales de él con desidia.
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