sábado, 14 de agosto de 2010

Mañana gris.

Aún no me sonreías y el mundo estaba ahí. Las mañanas grises llegaban puntuales y seguían grises incluso llegado el sol. En ese entonces, pensaba yo que el mundo no tenía compartimientos. Era una caja de zapatos; un aviso de obra en la banqueta; el mundo se las arreglaba para posar de pie en una terminal de viaje, sin la idea de viajar; estaba imbuido en una suerte de espionaje: quería ser el testigo de otros vuelos. Nada más. 
Luego siguió girando: dentro de una taza; en los escondrijos de la lengua; en el punto vago del ojo absorto; en rendijas dentadas donde la voz se entrecorta; en el tobogán de la lengua sin palabras; desde los tentáculos minúsculos del tacto en desuso; bajo el talón y su maniática propensión al desplazamiento horizontal, en la vana quietud del reposo.
Luego entonces, comenzaste a sonreírme. El mundo seguía ahí. Las mañanas grises llegaban puntuales. El mundo confirmó carecer de compartimientos y nosotros, comenzamos un vuelo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Dr. me gustan sus matices de gris.

Aquí su pendejo dijo...

Son los encabezado de otras cosas. Agorera.

Anónimo dijo...

Las mañanas grises, tienen tintes de sonrisas cuando te leo.

Aquí su pendejo dijo...

Las sonrisas grises desaparecen.