jueves, 5 de agosto de 2010

La vieja cantaleta de ser y estar.


Después del ojo todo era ajeno, pero era propio. Ahí estaba el mundo, siempre él, tan distinto y a la vez, tan sí mismo: hoja estirada al punto de ruptura; tensión natural, incontrolable, de la ola masiva de sucesos que sin orden, ni intención, se colocaban en la interminable fila de la mirada.
Estaba el color, siempre tan cierto, desde su escandalosa e inalcanzable profundidad, burlando nuestros ojos. Estaban ellos, los extraños, accidentalmente reconocidos en un punto fluctuante: el territorio.
No era obvio estar. Quizá quedar, pero estar merecía una acupuntura diferente: la de tu mano; la de tu rodilla; la de esa almendra alargada que se llena de luz en mi pupila, como signos, como pinchazos confirmantes de que, después del ojo, todo es ajeno, pero nos es tan propio cuando decidimos estar juntos para mirarlo.
Así pues, pasando del estar, al ser.

2 comentarios:

La Otra Maja dijo...

Se ve lo nuevo, cuando lo vemos juntos.

Buen finde. ja!

Aquí su pendejo dijo...

Exacto. Y se ve mejor.