viernes, 20 de agosto de 2010

Palabras para mi Dueña.


Si esta noche no te muerdo, no habrá vértigo: Caeré de nada. Si las horas pasan, y  te contemplo con otro fuego que no sea el de mis ojos, nada habrá sido incendiado.
Si permanezco sentado, sólo seré la idea de un hombre sentado y sin sentido. Si me pongo de pie, y doy vueltas como una oruga ciega, no tendré tu árbol: el Olmo que te eleva.
Si no te desvisto, desde mi propia mirada desnuda ¿Cómo sabrás que soy yo en quien te abrevias como un signo, en quien te desdoblas, repliegas y arrullas? Si callara, por alguna razón ajena a la de mis manos al tocarte ¿te reconocerías invocada en mis silencios?.
Si no fuera eterno lo que eterniza el deseo. Si desear-nos, no fuese una muerte que matamos sudando, mordiendo, arañando, apretando. Si vivir y vivirnos, no fuese convulsionar el río humano, más allá de sus ritos, más allá de sus ciclos, en deltas y bifurcaciones inesperadas.
Si todo eso no fuese, ¿qué sería de nos, dueña mía? Dímelo ahora, de frente, ahora que voy directo a tu boca. 

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