jueves, 12 de agosto de 2010

Hacer.


¿Qué hacer? Esa sería una pregunta que no ofrece resistencia. Es el tapete que no miras al cruzar la puerta. “Hacer”. Esa, parece ser una palabra muy activa. No sé si una invitación a algo, tanto como una descripción de.
En todo caso, ahí está: gélida, pálida, y superficialmente dramática.
Uno no tiene que hacer nada. Al menos, nada tan extraordinario: despertar; poner café; regresar el rostro a su forma original; vestirse; cepillarse los dientes y las cintas; quedarse en una silla hasta que el día o la noche, o algo parecido al tiempo te expulse allá afuera.
No, la pregunta fundamental, esa que libra lo antes escrito, lo no escrito y lo por escribir es, ¿Qué haremos?
Y ahí sí, querida, si no la respondemos, ya nos chingamos.  

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