viernes, 22 de octubre de 2010

Tomar café.

La vida no va a cobrarte la factura. Tampoco te dará un gramo de más. El trébol de cuatro hojas se fue con todo y suerte. La mala suerte no llegó. Vas solo, sólo vas, del punto a la nada: viejo pepenador ahistórico, vejiga genérica que secreta imposibilidades y luego se echa a dormir. 
Hoy el mundo amaneció cinco grados más triste. Será porque nada está bien o porque todo está igual. Da lo mismo, echaste a un lado la cobija roja y te quedaste mirando el techo. Como sea, estás de pie. Renovaste el ritual. Verificaste que despertar es, entre otras cosas, renovar un pacto con la inercia; decirle adiós a ese paraíso donde no hay que pensar; recibir sonriente la noticia de que, oficialmente un día más se fue al carajo, y otro más comienza bajo la misma premisa.
Con la vida, uno debe ser un muerto ejemplar: respirar, ver, tocar, probar, oír. En ello nos jugamos nuestro resto. Ahí es donde, por una extraña razón, las líneas paralelas entre lo que es y lo que se extingue, tienden a unirse en una simulacro de fatalidad.
Siendo generosos, hay que afirmar que ahí también ocurre la risa, el amor y las ganas de tomar café.
De tal forma que yo voy por uno, negro y profundo, pero eso sí, debidamente endulzado.
Salud.

4 comentarios:

La Otra Maja dijo...

La cafeina en sobredosis, ázucar abundante para una mañana que se estira hasta la tarde.

Abrazo.

Aquí su pendejo dijo...

Glucosa que haga posible una sinápsis medianamente aceptable.

Anónimo dijo...

Nunca te había leído. Había pasado solamente de lado y me lo había perdido. Recuperaré el tiempo. Eres genial!

Aquí su pendejo dijo...

Pues bienvenido y gracias.