miércoles, 20 de octubre de 2010

Besar.

Aparecieron al azar en un cuerpo extraño. Todos los cuerpos son extraños, pero ése en particular era el más extraño de todos. Tenía por vida un amasijo palpitante de órganos. Su cima morfológica tendía a presentar una planicie de la que brotaban vapores teleológicos. Carecía de piernas o de una rueda con la que girar por este mundo, salvajemente mutilado por un propósito humanamente caprichoso: adaptarse o morir. 
Y también moría; por más que los tentáculos del aire, por más que los nutrientes del sol, por más que el agua. Moría. 
No eran salvos, pero luchaban. Se abrían camino por la espesa sombra de la humanidad. Se unían y desunían en otras superficies buscando quedar. Adoptaron formas únicas, la del Exodo, la de la migración, la del desplazamiento. 
Con desordenada movilidad formaron una meticulosa diáspora. La manada del beso. el beso en sí. Ese que, si uno está atento, salta de un cuerpo a otro hasta llegar al tuyo y entonces, crea un milagro, un segundo de paz, un motivo para abrir la boca por algo que verdaderamente valga la pena, como besar. 
Bese. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Wow! la culminación de este texto: excepcional.