viernes, 10 de septiembre de 2010

Tuve un viernes


Tuve un viernes. Vivía plácidamente en mis pupilas.  Muy temprano salió a ver la lluvia. Caminó por calles mojadas buscando un café. Sonreía al pisar los charcos donde se reflejaba el final de la semana laboral. Extendía sus brazos para abrazar a su padre, el ocio. Se sentó a esperar a que el mundo hiciera fila frente a la mesa donde se puso a despachar. Encendió un cigarrillo tras otro. Se alimentó de un pájaro que no encontró una forma mejor de ser, distinta a la quietud; al no vuelo; el quedarse y murmurar historias de monumento y trino. Lo tuve y lo quise. Sabía que era mínimo y frágil. Intuí que debía abandonarme con la cobardía que lo hace un domingo cuando el lunes lo acecha con su ya famosa inutilidad.
Entonces lo dejé ir y volví adentro, a ese lugar sin calendarios donde la inercia no mata, simplemente te transforma en olvido.  

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