lunes, 17 de mayo de 2010

Praia da Rosa

Año 2000 en Praia da Rosa. Antoninho y Roso me acompañaron a fumar marihuana a una suerte de fortaleza hecha de ramas. Faltaba una semana para el carnaval y la pequeña ciudad de Garopaba, bullía en los preparativos. Era un nuevo siglo. La primera fiesta después del ruido sofocante del milenarismo, el fin del mundo y las horas de dios sobre justos e injustos. 
La espuma del mundo estaba en ascenso. La borrachera de la esperanza, el miedo y la estupidez atravesaba a la humanidad como una lengua transversal de irracionalidad. Siglos de lenguas habían lamido nuestra ingenuidad hasta dejarnos lisos. 
Esa tarde, en Praia da Rosa, el mundo tuvo su propio giro. Fumamos y reímos, aquel brasileño, el argentino y un mexicano. Hablamos de fútbol, del Chavo del ocho, y de las mulatas de muslos perfectos que se asomaban en turnos para robarle a nuestra esperanza una fumada. 
El mundo también estaba ahí, pero no tenía tiempo. Eran los peces muriendo sobre la arena, mientras los pescadores celebraba la pesca. Era la propia arena detonando una noción finita de infinito. Eran mis pies que caminaban hacia el Lobo Hotel en busca de Pessoa y una caipirinha.  
Era yo, era el humo y el mundo, esa otra cosa que sigue sin gustarme. 

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