jueves, 18 de febrero de 2010

carnicería

Esta vez valió la pena confundirse. Sacarse el corazón y poner una piedra tan grande como Australia. Deshojar el trébol de las cuatro mordidas. Verter la imagen para poner en ese hueco el rostro simplón de la añoranza. El viejo vegetal que se pudrió en la alacena. Las galletas rancias de tanto bendecir a las hormigas. Todo un eslabón de justicia. Toda una forma de zurcir los calcetines. Esta vez es para siempre inclinarse ante una orilla y decir: aquí acaba el mundo. Los zumbidos de la lluvia y sus moscas cayendo transparentes y frías, me inmunizan de todo. Piel replegada hasta las rodillas. Piel arremangada hasta los codos. Piel a piel, la carnicería.