martes, 7 de junio de 2011

Ciclo.

La puerta me abre.
Se asoma por mis nudillos.
Da un paseo por el cementerio de la voz.
Se cierra.

El camino me recorre.
Entra por las uñas de mis pies.
Se bifurca a través de mis venas.
Llega al corazón.
Vuelve a salir.

La ventana me mira.
Mi paisaje interno está quieto.
Nada nuevo hay para ella.
Aves muertas, ríos secos, rocas.
Voltea a otro lado.

La muerte me vive.
Como a ti.
Como a todos.
Me arranca la ropa.
Me viola. Ríe. Calla.
Se marcha.

Se lleva consigo lo que ya tenía: nada.
La dejo llevarse lo que era suyo: todo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Puedo llamarte amor, le pregunté una vez. Estoy casado con la muerte, me contestó. Llena de ira repliqué: acaso amar no es morir en el otro. En ese momento me aislé del presente para recordar todas mis muertes. Imaginé como la palabra moría en la hoja al salir de nuestras manos. Imaginé la agonía de una bocanada de aire en un suspiro. Me estremeció la imagen de unos labios deseosos muriendo en un beso. Comprendí que estaba hecha de sal y que viene al mundo para morir las veces que fuesen necesarias y así permanecer. En la eternidad. Siempre. Secreta. Serena. Como esa mirada que embarga tu alma cuando sueñas.Quietud que te abraza en la tormenta. Solo eso.