martes, 1 de diciembre de 2009

Cómo llegar al silencio...

Sin hacer ruido. De preferencia descalzo. De día o de noche, pero siempre encaramado a una sombra. A paso de hormiga. Por la frontera oeste. Tintineando. Sin apretar la mandíbula. Sereno. Con los ojos bien abiertos. Sin pestañear.

Se llega de a poco. Con la piel colgando de un gancho. Gramo por gramo. Centímetro a centímetro. Amontonándose en un rincón o detrás de la puerta. Cerrando bien las cortinas y las llaves de paso.

Se llega con sed de palabras. Con agujeros por donde escapa el alma. A veces sin intención. Por destino manifiesto. Se llega mintiéndole al grito interior. Se llega estampando una firma. Se llega en los poros que sangran y en las papilas gustativas.

Se llega aún cuando ya se estaba ahí. Anticipadamente. Como recuerdo. Se llega como plegaria y por norma oficial mexicana. Se llega a solas y sin descanso. Se llega por que se ha de llegar.

Se llega íntimamente. En los álbumes de fotografías. En los discos. En las películas. En el sorbo de té. En el soborno del tequila. En el acto repugnante de callar. En el acto sombrío de despertar. Sin coincidencia y con obediencia. Con habitaciones vacías. Sin inteligencia. A mordidas. Sin un peso. En lunes.

Y se llega, mientras todos hablan y miran y tú sabes que quizá no salgas de ahí, ni siquiera para decir adiós.

1 comentario:

Adrián Naranjo dijo...

Efectivamente.
Necesito cambio de pantalones.
Enorme.