viernes, 11 de diciembre de 2009

texto redundante y qué les importa....

La distancia es la distorsión del tiempo-espacio. No importa la velocidad a que se viaje cuando cada ser humano es una medida de tiempo. La realidad es un anhelo y un vestigio. Anhelo por encontrar un consuelo mutuo en la inevitable línea que nos ata al instante. Vestigio también de dicha imposibilidad. El tiempo social es medido por el desfase. El tiempo laboral es la muerte del tiempo. La intimidad es el zumo tiempo. El tiempo social es estético. El laboral ético y el íntimo trascendente. El tiempo social y el laboral son utilitarios. El tiempo íntimo tiene una dimensión ético-moral. Bastan unos pocos kilómetros para que la realidad se convierta en mentira. A veces, unos pocos metros. La constante es la misma: diacronía. Los abismos no son riqueza, son dolor. El tiempo-espacio entre dos hombres conjuga sus dolores. Esa es la esencia de la alteridad: interactuar desde las heridas. Las heridas son las huellas que conforman el historicismo; la historia es su negación, de ahí la obstinación por la universalidad, por los grandes rasgos anecdóticos, y por la veneración de la monumentalidad de ciertos eventos ¿cómo se rompe el hechizo? El destino de la masa ha de ser el anonimato; la intimidad ignorada alberga su propio monstruo y construye su altar al pie del otro ¡queremos existir! Pero la existencia es un trance solitario. De esa paradoja –parajoda– viene todo: la continuidad, la resignación. El presente jamás será un tiempo histórico, a lo mucho es lo que pasa. El pasado crea la ilusión del heroísmo. Amar la historia es un romanticismo. Nadie puede amar lo que no es. La historia es el odio presente, el lodo que percude cada uno de nuestros instantes: eso es lo que hay. La glorificación es un ejercicio engañoso, una trampa inmoral en la que irracionalmente le rendimos un culto a lo que nos mata. A diferencia de Dios, no se puede amar la historia. Los decepcionados están curados. Los ilusos perdidos. La esperanza es una enfermedad que viene del futuro. La desesperanza es la religión del pasado. El presente es la tensión entre ambos males.

1 comentario:

Adrián Naranjo dijo...

Y te encuentro desmembrando al tiempo en minúsculas migajas. MInutos fuera de espacio.