jueves, 26 de mayo de 2011

Fulana y los espejos.

Una mañana, Fulana enfrentó al espejo y le dijo: “Hay que acercarnos más”. Hizo una breve pausa y esperó la respuesta. El espejo no se movió. “Idiota”, pensó Fulana. “Si permaneces inmutable no podremos anularnos”. Dio un paso, otro y otro más hasta que su rostro y el reflejo de su rostro se volvieron uno solo, una suerte de masa única, indistinguible, sin rasgos, encimada, fusionada, en la que ya no podía reconocerse. 
“Esta vez no pude anularte”, le gritó Fulana, “Pero al menos no me reconociste”. 
Yo era el espejo.
Me resquebrajé.
Era el único modo que conocía de cerrar los ojos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ella no era ella. Era solo una presencia. El reflejo de un fantasma.El se empeñaba en ver lo invisible.Sin embargo veía sin mirar. Muchas veces ella atravesó su pecho,con su pálida mano.Quería saber si tenía corazón. El cambió de estrategia y decidió sentirla. Cómo sentir a un ser sin ojos, sin piel, sin labios; se preguntaba.Una noche la duda se despejó, al sentir su respiración. Al amanecer, cuando el sol se reflejó en el cristal, pudo ver miles de gotas. Por primera vez, se sintió empañado de placer.

Aquí su pendejo dijo...

Confieso que me perturba. Pero claro, eso no significa nada.