domingo, 31 de enero de 2010

séptimo día

El frío regresó. Alfileres avanzan en la piel como una caravana de hormigas metálicas. Es domingo, es decir, un día sin día. El mito del descanso de Dios parece ahora un cojín que invita a recostar la cabeza. Me sobran ganas de abrir el cielo, pero su concha gris emula un infierno delicioso. Veo el cielo apretar las mandíbulas. La llovizna humedece todo. La ciudad respira con calma. Las calles son cunas de agua. La oscuridad llega. Araña perniciosa de paso lento. Una brocha de silencio pinta mis oídos. Tampoco tengo tacto, mis dedos son arcas perdidas. Aquí en este cielo, ya no vuelve a amanecer.