jueves, 25 de agosto de 2011

Sobre el polvo y el viento.

Me quito los zapatos, es decir, me despojo del camino. Con los pies desnudos regreso al polvo. Soy polvo sobre el polvo. El suelo es un desastre. Está frío, es llano. Nada qué ver con el lomo agreste de la calle, ni con la afilada pestaña del campo. 
Soy un hombre vestido de hombre que está desnudo. Soy un hombre cortado por la idea de ser un hombre completo. Piso, me detengo. Espero el viento porque soy del polvo, porque soy polvo. Aguardo el vuelo, al menos, en eso consiste amalgamar identidades -aunque estén perdidas, o nos lleven a la perdición. 
Quieto permanezco. Deshago la sospecha de avanzar. Avanzo sospechando que me quedo. Me quedo al lado, alado. Me sumerjo en la respiración de una estatua que, pese a ella, me aventaja en el camino. Quedo. Me queda bien quedar. El polvo escudriña las plantas de mis pies. Mis pies urden en la piel fragmentada del polvo su esencia. 
Amo dialogar a solas con el lenguaje de los vientos. El eco y su permuta. Una guitarra -la de José González- como colofón. Sigo desnudo. Mis pies tienden a ser fríos. El frío tiende a ser yo. 
Pero esto se trata del polvo y de cómo, el viento no llega para arrasarlo.

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