miércoles, 9 de marzo de 2011

El fin, en fin.

"Siéntete como en tu casa". Me dijo. Busqué entonces el cadáver de mi madre, mi bacinica y el viejo fusil del abuelo. Me mintió otra vez. ¿Dónde herviré el brazo que le arranqué? A veces creo que debería comerte cruda. Almorzar tus extremidades con miel de maple. No soy un hombre común. Le advertí. Por las noches me suelen brotar huracanes. El pasado se me cae con el pelo y sudo nombres. Entonces, su cuerpo inerte me respondíó sospechosamente a través de un hilo de sangre. Lamí sobre el corte y obtuve todas las respuestas. "Creo que estamos listos para lo que sigue". Murmuré. Me rocié con gasolina y la abracé fuerte. Un cerillo y quemaduras nos unieron. ¿Qué sigue, qué sigue? Parecen decir las cenizas, al tiempo en que una liana de humo trepa la nada y nos disuelve. Sigue nada, amor, nada. Entonces seamos nada. Tan fácil que es camuflarse en vaho. Salpicar la ausencia hasta mover una rama. Irradiar la costumbre. En algún punto del cielo dejé de ser animal y aire. La llevaba a ella en algún rincón: el de la inocencia quemada. Somos muertos simples. Pensé, pero en realidad todo era más complejo. Nos habíamos transformado en una cicatriz etérea, pero eso era el cielo: una vacua cicatriz. Muertos. Flamas puras. Esencia en traslado. Dos que uno. Uno que en realidad ninguno. Muertos de sí y de todo. Honramos la supresión. Sin embargo me equivoqué: la eternidad sí existía. Ante nosotros, una falsa boca pronunciaba el tiempo. Otra muerte, la verdadera, en vida. Y entonces, quemados, muertos, invisibles, tercos, animales, burdos, sofocados, ausentes llegamos a ella. Al principio del verdadero fin.
Y nos jodimos. 

2 comentarios:

ylacarieri dijo...

veamos, para qué un comentario al de las barreras, bueno, se tiró el muro y la muralla, quién, esa es la cuestión de interés, en fin, los sombreros se quitan para enviar mensajes, ya

Aquí su pendejo dijo...

Ahora póngaselo de vuelta.