domingo, 6 de febrero de 2011

Sobre la piel


La suerte ha querido que atraviese el tiempo debajo de esta piel. No voy negar que a veces es cálida, que ciertas noches, su aspereza funciona como un buen exfoliante o que sabe ocultar muy bien la soledad.
Es la piel el único órgano que siente sin significar, que recibe y se eriza al responder. Sin embargo, yo escribo con la punta de la lengua. Será porque muerdo recuerdos o porque me sonríen unos labios o quizá porque me cansé de saborear el humor ácido de un paladar mudo.
Estoy convencido de que, al decir agua, erosiono simbólicamente tu aliento, mis fuentes internas, los ríos de palabras que ya no podrán fluir. El agua es su propia lengua, una traslúcida; es una sombra líquida que se pega a toda superficie siguiendo una inercia, un descenso no calculado y por tanto libre; se acomoda sin esfuerzo sobre grietas y hondonadas; se despliega hasta producir humedad: que no es otra cosa que su sombra, pero también, su otra voz.
Del agua a mi piel y de mi piel a la tuya solo hay manos. Tocarte es dejar de insistir para asistir al final de la resistencia. Mis dedos leen las palabras que transpiras; decodifican los signos que tu aliento exhala; interpretan los movimientos mínimos, casi imperceptibles, que levemente te transforman en brasa, en boca de río.
Entonces sí, la suerte de ser mi propia piel encuentra un cauce. No pregunta nada. Es inquietud fijada a ti. Ya fluyó. Ocurrió. Se desbordó. Mira tu piel tendida. Forma sinuosa que se realza por si misma: convexa, oronda. Un lente que agranda el sentir.
Piel. Tu piel. Nuestra piel.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi piel aprendió a sentir con tus letras.

Martha, la de siempre dijo...

Hermoso. Me encanto y fluye como el agua...