lunes, 10 de enero de 2011

Olmo


El árbol tiene todo. No necesita al pájaro y su nido que emula una galaxia; puede perfectamente prescindir de la pendiente oruga que se ovilla para volverse una memoria de viento; no requiere el cosquilleo de la delgada trenza de hormigas negras que, cual zombies, vienen, van y trazan una línea punteada: ascenso y descenso.
Nada altera su pacífica cicatriz: la corteza. Nada interrumpe sus citas estacionales. Nada se interpone entre él y su ciclo.
Yo no soy árbol. Tú no eres raíz. Aquello no es cielo. Lo otro no es tierra. Acaso necesitemos al pájaro y su nido, a la oruga y su viento, a la hormiga y su ciego oficio. Acaso, además necesitemos al árbol para mirarnos uno al otro rotos, interrumpidos, frágiles, sedientos de su sombra y de su paz. Acaso el otro sólo sea una semilla. Acaso seas mi semilla, mi árbol.
Acaso sea nada, tengo todo, el árbol.