viernes, 12 de marzo de 2010

té de hierbabuena, yerba buena.

Volteo a ver el té y siento de inmediato una sensación de asco. Es de hierbabuena y sabe a tal, pero mi hipotálamo contraindica la verdad con una imagen aplastante: secreciones y excreciones de un cadáver. He estado en morgues.
También he pensado que no es la primera vez que, a propósito del título de un libro de Fonseca pienso en líquidos corporales. En cambio soy virgen en esto de ser alérgico. Los estornudos se apoderaron de mis fosas nasales. Desde ayer, de forma implacable y disciplinada llegan uno detrás de otro y ni cómo hacerle.
El tema de la morgue es coloquial. La ciudad es una morgue, todo es una morgue. La piel seca del olvido, como un labio de Magritte. Los muertos encerrados en el hedor de su abandono. El dadaísmo de vivir gimiendo en los barrotes de una libertad deformada. La muerte del ideal, la vida en lo cotidiano.
El té sucede en mi lengua, tibio y con miel. La miel está permitida en dosis bajas que detonen las papilas gustativas. Fuera de dicho presupuesto todo es muy dulce y por tanto amargo, inverosímil, ajeno a la verdad del cuerpo y su sal; sus fluidos clorhídricos; sus derrames cerebrales; su descomposición gradual.
En fin, después del té, iré a buscar algo de yerba buena.
My wids, whith Amy.