viernes, 4 de julio de 2014

Tienen en común ese tufo a ausencia que se desprende de los sótanos. No van, solo aparecen. No están, se manifiestan. 

La vida los arrojó de la nada y ellos se juntaron en la inercia. Lanzan anzuelos para que otros gusanos trepen hasta la punta de su existencia y entonces sí, se ovillan, se vuelven un capullo grotesco del cual brotarán mariposas mutantes. 

Por otra parte, no podría ser menos enternecedor el hecho de ver como rascan en la niebla como quien, sin saber, busca a tientas el paredón donde será fusilado. Tristes, pusilánimes, frágiles. Reyes de nada. Personeros de una historia que cada vez más se vuelve una carcajada. 

La risa de la muerte resuella sin eco en su cabezas huecas.

Alzan el cuello, ciegas tortugas, criaturas desesperadas. Se desnudan para meterse entre la multitud esperando que alguien diga: ¡mira, está desnudo! Lo que ignoran es su condición de eructo: crujen y apestan, pero nadie los puede ver. 

Así van por la vida y por la muerte, en la orilla de la existencia. Son marginados que tienen el privilegio de posar para la cámara y decir adiós en tiempo real. 

Patéticos.

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