sábado, 31 de marzo de 2012


No voy a negarte que un hombre como yo también siente celos. Llegan a mí de una manera insospechada y poco coherente. Por ejemplo, envidio al vecino desconocido que vive en la calle Bruselas, esquina González Luna; afuera de su casa hay una Jacaranda que en Marzo despunta orgullosa.
La puedo ver cuando salgo a fumar, sentado en una banqueta que también es una suerte de banquillo de los acusados, la observo mientras me vuelvo humo y el humo se vuelve olvido.
O como aquella vez que me dijiste que saldrías con anciano de ochenta años, sobreviviente de Auswicht al que, sin conocer imaginaba hermoso, vivo y lleno de cicatrices. Imaginé que sus heridas abiertas conectaban con tus heridas abiertas. Que los sesenta años que te llevaba lo volvían un joven ante tus ojos ávidos de conocimiento.
Ese día y otros más, en lo más recóndito de mi condición humana escudriñé el mensaje secreto de la vida que nos dice que, no importa el tiempo sino la lentitud con que nos anda o la rapidez con que nos permite llegar al otro para quedarnos ahí.

3 comentarios:

Dama de Negro dijo...

Leerte es inevitable, y me arrastra a pensamientos absurdos. Porqué aquellos otros hablan de lo que saben, y me hablan directamente, cuando saben que no me conocen?

Lo he preguntado varias veces. Me han dado un manazo, y me han dicho que algún día comprenderé, que eso, no es cosa mía...

Mientras tanto, yo sigo mirando mi frasco de hormigas...

Lu Ann dijo...

No sé, yo soy celosa...
Un gusto encontrar tu blog.
Saludos.

Anónimo dijo...

Hace mucho que curé de los celos, quizá nunca supe reconocerlos y los llamé envidia. Envidio a la brisa que roba la humedad de tus labios. Envidio las horas que no te permiten estar a mi lado. También envidio a aquella que vela tus sueños sin iluminar tu espíritu. Envidio tu mundo sin mí. Pero no envidio esa curiosidad que sientes en estos momentos al preguntarte si soy yo o no soy la que te escribe.