Quise invertir el orden de las cosas. Usar la moneda por ambos lados. Parir horas a media noche como la madre desquiciada de un reloj de arena. Elevar la bandera del esqueleto a todo lo alto del calcio y bailar hasta los huesos. Investirme con el traje abúlico del guardián de la torre.
Uno no teje de la nada. Quizá sobre la nada. Y sigue ahí; sigue nada. De ahí que resista toda tentación de resbalar por el tobogán lubricado de las minucias. De ahí que mi espalda tenga ojos y mis zapatos alas.
No se me da la gana repetir evangelio alguno. Piedad sobra en este mundo de víctimas lunáticas. De misterios híbridos sé poco; por ahí, mitad estiércol, por allá, mitad pastura. Los siervos de la gloria irán directo al cielo de su auto; claro está, tras volcar. Yo me revuelco en una orilla de mi cuerpo, ahí donde no alcanzan a llegar las miradas sibilinas de sirenas del fango.
Ahora soy invisibilidad y mutismo. Resguardo y clave. Combinación de dientes apretando la palabra entre las mandíbulas.
El sismo que viene.