He sido ajeno a la entomología durante toda mi vida. Hay ciertos bichos que detesto en mi café. Por ejemplo, las moscas. Las abejas acosan la soda, las salsas; lo dulce, se dice. Hemos puesto a las cucarachas en el trono de la asquerosidad. Sinónimo de inmortalidad; entes sucios que están detrás de los jinetes del apocalipsis, dispuestos a adueñarse del planeta. Los mosquitos que sin pudor nos regresan a la cadena alimenticia. Las arañas inundaron el imaginario del terror. Frágiles, como realmente son, fueron convertidas en un espejo de nuestros miedos. La mantis y su ineludible filón animé. Esa espigada rufiana que aterroriza con sus ojos penetrantes y movimientos lentos. Los escarabajos y su estigma kafkiano, metamorfeándonos la piel del alma; obrando desde adentro la mutación del ser en no ser. Las mariposas tan crisálidas. Cunas del color leve. Adelanto de flotación y nube. En muchos países, las libélulas inspiran diversos símbolos. En China, la llegada del verano. En Japón éxito. En Italia las asocian con el demonio. Yo me pregunto ¿Cómo respiran? ¿Cómo cantan? ¿Cómo volarían sobre mis manos?
La amable explosión esta
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La lenta, casi imperceptible marcha de todo continúa en sus revoluciones y
sus inescapables giros. No hay manera de saber cómo, pero es ineludible el
he...
Hace 3 años