Cohen fue un malentendido en una esquina atiborrada de autos y perros escuálidos. No así Buenos Aires, el graznido de Río de la Plata. A veces Winehouse se paseó sin correa en mi jardín, buscando una cometa de hachís que salía de una boca de porcelana. Nueva York me vio descalzo. Era la séptima avenida y yo buscaba a través de un remo un cielo líquido. No pude retener tantas imágenes, tanta muerte. Llegado el punto me senté a ver el mar; era café y leía Zigmund; fumaba por piedad en aquella soledad atlántica y soleada en la que una Pilsen me inducía a no mirarme a mí mismo. Fui una serpiente en las escalera; vi caer los dados en la alfombra peluda de la tarde. Fue un país que tomé de un sorbo. Fue un continente. Por ejemplo Praia da Rosa; los peces muertos en la arena; una semana antes del carnaval, cuando retrataba la certeza de ser uno de ellos, retorciéndome de asfixia fuera del agua. Nadie puede venderme una cicatriz más abierta que la avenida 9 de Julio. Nadie puede mostrarme la ausencia, si no ha estado en Valparaíso, orinando junto a un perro en una esquina del barrio Checoslovaco. Nadie puede pronunciar el silencio si no camina en Colonia bajo el escupitajo ardiente del sol. Nadie puede venir aquí, a mi agujero citadino y decir: tienes un corazón rural, una amnesia de muchos mundos perdidos.
La amable explosión esta
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La lenta, casi imperceptible marcha de todo continúa en sus revoluciones y
sus inescapables giros. No hay manera de saber cómo, pero es ineludible el
he...
Hace 3 años