Debajo de esta cerveza, que tiene un paladar argentino habita un 10. La cerveza del diez, dice. Acá la sorbo, allá la pongo. Ella desciende y hiende. El alcohol hace propaganda en pro de los tímidos, pero siendo las 11.28 am, la timidez es un torpe ejercicio de ojos que se cierran. El bostezo acude solitario. Es parte de otro eructo, de otra levadura. Es el implacable disfraz que se apodera de mi boca para salir al día con la cara hinchada. Nunca me levanto antes de la 1 de la tarde. De lo contrario, mis vecinos estarían muertos. Entre bostezos y ojos hincados y rostro deforme, conformo un destino inmediato: babear. Sí. Babeo. La disfuncionalidad motora, es una reina imperfecta. Yo no funciono, casi nunca. Pero ahora que veo que mi vida es una mueca desdentada, un eterno destete y un orificio en curso, no puedo hace otra cosa más que beberme diez, del diez. Así las cosas, mi breve exilio comienza al buscar la inconsciencia: no me reconozcan; no me identifiquen si me miran en la calle; no se crucen a mi paso. Búsquense su propia cerveza o lo pagarán caro. Yo no estoy en ninguna parte.
La amable explosión esta
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La lenta, casi imperceptible marcha de todo continúa en sus revoluciones y
sus inescapables giros. No hay manera de saber cómo, pero es ineludible el
he...
Hace 3 años