Pronto olvido los pellizcos fríos del güisqui. Inhalo otra vez. La pequeña fogata del cigarro responde. So ojo de cien hormigas pestañea. Es el placer de no ser lo que me lleva a regresarlo de mis pulmones al aire. Es el placer de saber que obro mi desaparición. Mi propio dogma de polvo y cenizas.
Algo que al final, ni es desastroso ni trágico, sino estúpidamente predecible como el cáncer.
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