Estoy a la espalda del segundo pero ni siquiera hay tiempo. La imagen corre en una suerte de film que se repite una y otra vez. Es la imagen de un no sé. Es la figura esbelta de lo ido.
En este anonimato no hay suspenso, sólo suspensión. Cruzo brazos y piernas. Dejo al ojo pelón tan abierto como un cofre. Saco la lengua y dejo en ella al pequeño y miserable dios de la píldora.
Mis nalgas son recalcitrantes en su empeño de posarse en esa silla del no ir. Sin embargo no piensan quedarse eternamente aquí. Los pies suben y bajan por esa resbaladilla improvisada en que se convierte el aire a esta deshora.
Basta este segundo. El que fue. El que ya dio la espalda, para saborear el significado exacto de la soledad. Y quedarme así. Igual que hace dos, tres o cinco milenios, esperando la estocada final del sedante; para que cerrar los ojos, tampoco sea mi voluntad, ni la de ustedes.
Buenas noches.
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