Juraba que mi Bonsái no alcanzaría a ver el trozo de infinito que el cielo le tenía reservado. Se equivocaron quienes pensaron que su nariz no olería el olor del bronceador solar. Deseaba para él, un sol más libre que la bombilla de cuarenta watts bajo la cual imaginaba navegar en sus sueños urbanos.
No era un planta, tanto como un corazón. Un amuleto de raíces envueltas en la microscopía. Un gigante de brazos cortos que buscaba abrazar el universo desdoblando cada hoja como un riel kilométrico. Un guardián de su propia tierra pródiga. Un ángel verde cuyas espadas doblaban el viento y apaciguaban la lluvia.
Tampoco era pequeño. Pequeñas son aquellas cosas que muchas veces todos ven. No era una planta, tanto como un corazón acostumbrado a no crecer. Era un corazón reservado al infinito. Un infinito expandido y libre que tocaba ya su otra orilla con solo un sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario